Por fin, con ella

Por fin, con ella

Tras la petición de nuestros amigos, y después de someter la idea a votación, decidimos que Mirada Sensual, dejará de contar solo historias que le pasaban a él para empezar a relatar situaciones con él y ella.

La verdad es que estaba deseando que ambos pudiéramos participar de estas historias tan placenteras y sensuales, juntos. El sexo esporádico con desconocidos está muy bien, genial, maravilloso, pero con la complicidad de tu pareja, pasa a otro nivel. Con toda la confianza del mundo te atreves a experimentar y, ¡amigos!, en el mundo de la sensualidad, tener la confianza de poder probar cosas nuevas, os aseguro que libera tu mente y te abre las puertas al fantástico mundo del placer.

Pero empecemos por el principio.

Nuestra primera vez juntos, fue todo un descubrimiento por ambas partes, ya que veníamos de la monotonía en nuestras relaciones sexuales, las cuales siempre eran lo mismo: las mismas posturas, lugares, personas... Incluso los mismos tiempos. Prisioneras del reloj estaban aquellas relaciones. Esa primera vez fue algo torpe, pero ambos, descubrimos que hay vida antes de la muerte y tuvimos la oportunidad de que se nos abriera el maravilloso mundo del sexo, ante nosotros.

Tras varias citas, una noche, decidimos ir a un hotel. No queríamos sentirnos obligados a tener que echar al otro de nuestro piso, si este no estaba a la altura. Tendré que decir que superó todas nuestras expectativas. Al llegar a la habitación, nos refrescamos, nos tomamos una copita de vino y charlamos en la cama hasta que nuestras ganas de sentirnos se convirtieron en inevitables. Ella llevaba una falda de tubo —sabe que me encantan— muy ceñida a su cuerpo. Un cuerpo pequeñito, pero con todo muy bien puesto. Su culo respingón hacía que aquella falda pareciera estar en el cuerpo de un maniquí. En la parte de arriba, llevaba una blusa escotada con la cual peleaba para no dejar ver sus pezones, ya que no llevaba sujetador.

No aguanté más y comencé a besarla. Nuestras lenguas se compenetraban como si llevaran toda la vida bailando juntas. Se intercalaban con mordisquitos en los labios, de los que das pero reprimes tus deseos de apretar por la excitación que sientes. Mi mano jugaba con su pelo y una parte de su cuello y, en la otra parte, mi lengua la hacía estremecer por los escalofríos que sentía de placer. Sin quitarle la blusa, dejé sus pechos al descubierto, jugué con ellos, los apreté, los besé, los lamí, los mordí… Eso hacía que ella tuviera una respiración más fuerte y acelerada. No tardé en bajar por su barriga, sorteando y entreteniéndome con el piercing de su ombligo, mientras mis manos, subían esa falda a la vez que arañaban sus muslos. Al llegar a la altura de su culo, aquella falda quiso resistirse a terminar de subir por las dimensiones de aquellas posaderas hechas para el deseo. Me centré en subirla de una forma sexy y no me percaté de su tanga —de encaje, bonito y delicado— cuando mi lengua ya estaba sobre él, haciendo que se humedeciera. La tumbé en la cama y mi lengua jugaba con su vagina por encima de aquel tanga. Sus gemidos me hacían enloquecer por lo que más jugaba mi lengua en su entrepierna para que ella también se volviera loca.

Estaba muy excitado, hasta llegar al punto de agarrar el tanga con mis manos y arrancarlo. Allí estaba la vulva con la que había estado jugando, humedeciendo, oliendo, pero no había podido ver hasta ese momento. Mi lengua no paraba de lamer, de chupar y de introducirse dentro de ella. Sus gemidos ya traspasaban las paredes de aquella habitación. No puede haber nada más sexy que una mujer excitada. Tanto sus gemidos como el sabor de su humedad hacían que me calentara más aún, por lo que mi lengua se desató, bailaba en aquella  vagina lubricada como si quisiera pasar allí el resto de mis días. Quise levantar la cabeza para poder estimular otras zonas y que sintiera placer en cada rincón de su cuerpo.

—Sigue, ni se te ocurra parar, voy a correrme en tu boca —dijo ella.

Sin dudar, regresé al que, en ese momento, se había convertido en mi lugar favorito del mundo. Mi lengua jugaba con sus labios, mis labios atraparon su clítoris para apretarlo con toda la sensualidad del mundo. Le levanté las piernas y pude ver cada milímetro de lo que estaba besando, lamiendo y disfrutando.

—¡Sigue, sigue! Estoy apunto de explotar.

Así fue, tardó cinco lametones más en correrse en mi boca, gritando y retorciéndose de placer.

Aquella noche se nos hicieron cortas todas las horas del reloj para todo lo que hicimos, pero eso os lo contaré en otro momento.

 


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