SEXO VIRTUAL

Sexo virtual.

En esta vida hay una cosa a la que, por desgracia, todos llegamos; la monotonía. Aunque creamos que estamos haciendo algo de lo que nunca nos cansaremos, lo más habitual en el sexo es que lleguemos a un punto en el que comience a desmotivarnos, aunque nos lleve al placer más indescriptible que podamos sentir. Básicamente, lo seguimos haciendo porque el fin —lo que sentimos cuando explotamos— es lo que buscamos, pero no disfrutamos del camino, de las pequeñas cosas que hacen que la eyaculación sea espectacular.

Algo parecido le pasaba a la chica que contactó conmigo. Hacía tantas veces lo mismo que aunque la llevara al placer más innombrable, comenzaba a aburrirle el camino: mismas conversaciones, posturas…

Esta nueva amiga, tiene una profesión que está a caballo entre el exhibicionismo y el secretismo más absoluto. Se gana la vida mostrando su divino cuerpo en una famosa página de internet y la verdad que —viéndola en persona— entiendo el por qué le va tan bien. Tiene un cuerpo difícil de describir con palabras. Todo lo que cualquier hombre querría tener en su mujer, lo tenía ella. Poseía un cuerpo esculpido por los mismos dioses. Su pelo negro color de azabache. Sus ojos verdes intensos. Sus labios carnosos y siempre húmedos. Su cara parecía la de una muñeca de porcelana. Su largo cuello era perfecto para que una lengua pudiera jugar con él, recorriéndolo de arriba abajo. Sus pechos redondos, con la posición perfecta para que sus pezones duros y rosaditos apunten al cielo, que es de donde salieron. Su cintura de avispa, incitaba a ser agarrada y estrujada contra tu cuerpo. Sus caderas exuberantes, al andar, hacían que sus nalgas se moviesen de arriba a abajo como si quisieran salir de la ropa que los atrapaban. Sus piernas largas, con la medida perfecta para envolverte cuando te rodean al penetrarla. Este cuerpo es con el que se deleitan todos sus seguidores cuando la ven a través de su página.

A ella le excitaba su trabajo y se ganaba muy bien la vida con ello, pero empezó a entrar en la monotonía. Exhibía su cuerpo delante de la pantalla de un ordenador para calentar a muchas personas, para que se masturbaran o para que se animaran con sus parejas a realizar el acto que tanto nos gusta. Pero necesitaba más. En su perfil, enseñaba cada parte de su cuerpo, pero no desvelaba su identidad, prefería seguir estando en el anonimato por su situación personal.

—Enseño mi cuerpo y me doy placer a mí misma delante de muchas personas desconocidas, pero básicamente a través de una pantalla de ordenador. Nunca lo he hecho para un desconocido en persona y quiero vivir esa sensación —dijo.

Este es el motivo por el que contactó conmigo; quería hacer su espectáculo con un desconocido en persona, de carne y hueso y poder comprobar la reacción física de cada parte de la piel del espectador.

Fuimos a la habitación donde realiza los shows para sus seguidores, inició su sesión y pronto empezaron a conectarse para poder ver a su diva detrás de la pantalla. Me senté en la silla que estaba enfrente de la cama donde todos podían verla darse placer.

—Ahora vengo, voy a ponerme cómoda —dijo acariciándome el cuello al pasar junto a mí.

En ese momento supe de lo que era capaz de hacer sentir aquella mujer en el cuerpo de toda persona que se pusiera en su camino.

Regresó a la habitación con un pequeño batín de seda que apenas tapaba sus zonas más íntimas. Se acomodó en su cama y saludó a sus seguidores. La conversación con ellos era muy repetitiva, fue cuando entendí el sentimiento de monotonía que ella sentía, aunque aquella vez era distinto, le resultaba más excitante. En esta ocasión, iba a darse placer ante los ojos de un desconocido de carne y hueso. Por fin, podía ver y sentir lo que provocaba en los demás, de primera mano.

Dejó caer aquella prenda de ropa minúscula por sus hombros, pudiendo ver sus pezones erectos, no hacía frío por lo que estaban erizados del roce de la seda y de la excitación que sentía. Se los acariciaba con la yema de sus dedos y los pellizcaba. Apretaba sus pechos reprimiendo las ganas de más para que el tiempo se detuviera. Nuestras miradas apenas se cruzaban, parecía ruborizada por mi presencia.

El deseo se iba apoderando de ella. Se despojó por completo de su ropa y nos dejó ver, en toda su plenitud, la perfección presentada en su cuerpo. Sus manos ya rozaban sus muslos y se acercaban disimuladamente  a sus labios del placer. No tardó en llevarse los dedos a su boca para poder humedecerlos y así, rozar cada rincón de su entrepierna. Nadie sabe mejor, que uno mismo, cómo darse placer y ella ya había luchado mucho en aquella batalla para saber cómo hacerlo. Acariciaba su clítoris, sus labios, los abría para dejar sus dedos en las puestas de su placer sin entrar aún. Su respiración comenzaba a transformarse en jadeos y es, en esos momentos, donde afloran nuestros instintos más salvajes, más primarios…, el deseo del sexo. Introdujo sus dedos dentro de ella, acompañándolo del gemido más sensual que nunca había escuchado. Ahora sí, no paraba de mirarme, estaba pendiente de cualquier reacción que provocaba en mi cuerpo. Mi pantalón parecía haber encogido tres tallas de golpe, ya no cabía dentro de ellos y empecé a apretar mi miembro por encima.

A ella le encantaba verlo, la excitaba y comenzó a acelerar el ritmo de su masturbación. Su humedad se podía ver y escuchar con el roce de sus dedos. Sus gemidos comenzaban a ser gritos sensuales, su cadera se movía al ritmo del sonido de cómo se auto penetraba, su piel estaba erizada y todo hacía pensar que explotaría en cualquier momento. Paró, de repente, y me miró.

—Ven aquí y poséeme —dijo.

Realmente el tiempo se paró aquella noche en aquella cama, pero eso será una historia que os contaré en otro momento.

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