Mujer contra mujer
Desde que ella se entregó conmigo al
maravilloso mundo de la sensualidad, todo cambió, todo evolucionó y subió de
nivel.
En muchas ocasiones he comentado que
el sexo cuando estás tú solo es genial; haces lo que quieres, cuando quieres y
con quien quieres. Sin responsabilidades, disfrutando del sexo salvaje de
manera desenfrenada. Pensaba que ese era el máximo nivel al cual aspiraría,
hasta que llegó ella. Con ella, se abrió mi mente ante el mundo del sexo. A su
lado, cualquier roce de sus manos en mi piel, cualquier mirada, su olor, hasta
el movimiento de su pelo, hacía que mi cuerpo estuviera deseoso de ella. De
hacerla mía, de disfrutar con su cuerpo, de explotar a todas horas. Además,
estos sentimientos que a mí me
despertaba, conseguía que nacieran también en muchas otras personas y ella lo
sabía. Utilizaba muy bien sus armas de mujer para poder exprimir al máximo el
sexo.
En esta ocasión, contactó con
nosotros una amiga que quería sentir
el sexo a otros niveles, quería experimentar y nosotros le dábamos la confianza
para poder dar el paso y hacerlo. Nunca había estado con más de una persona a
la vez y nunca había tenido sexo con una mujer, así que tuvimos la grandísima suerte de que decidiera
dar el paso con nosotros.
Fuimos a tomarnos una copita de
vino, como siempre para romper el hielo, aunque se haya hecho muchas veces, no
quita que cada persona tenga su nivel de timidez, por lo que siempre
empatizamos y comprobamos que todos sintamos ese feeling para después poder disfrutar al máximo de la sensualidad y
del sexo. Durante el rato que estuvimos en aquella terraza, se veía que ellas
se entendían muy bien: sus gustos, sus aficiones, ambas se sentían muy cómodas
la una con la otra.
Fuimos al hotel entre risas y
bromas, descubrí que la barrera que se anteponía a la confianza ya se había
roto en el momento que ellas andaban delante de mí, cogidas de la mano, como si
se conocieran de toda la vida. Al llegar a la habitación, ellas no dejaban de
mirarse, parecía que el mundo se había parado fuera de esa mirada, se hizo el
silencio, se acercaban una a la otra muy despacio, hasta llegar a la distancia
donde sus pechos se rozaban muy levemente. Sus labios se acercaron y empezaron
a besarse de forma tierna, esa ternura les despertaba más excitación. Sus manos
acariciaban sus cuellos, sus hombros, todo muy despacio y muy erótico. El
tiempo se había parado para ellas, no tenían prisa.
Aquella visión me encantaba, por lo
que decidí disfrutar del espectáculo que estaba a punto de comenzar. Me senté
en el sillón de la habitación, me acomodé, guardé silencio y disfruté de lo que
vi, como si de una película X se tratara. Hacía calor, por lo que la ropa que
llevaban puesta las dos —blusas fresquitas y livianas— les resultó fácil de
quitar. Suavemente se desvestían la una a la otra, rozando y erizando su piel,
mezcla entre cosquillas y excitación. Sus respiraciones se tornaron en suspiros
sensuales constantes. Si a mí me estaban excitando, ellas estarían a mil. Todos
sus movimientos los hacían muy despacio, pero aún con esa lentitud, no tardaron
en estar sobre la cama totalmente desnudas.
El cuerpo desnudo de una mujer es
maravilloso, así que poder disfrutar de la vista de dos a la vez, se hacía
espectacular.
Sus lenguas pasaron del
romanticismo a la sensualidad máxima.
Una lamía el cuello de la otra y lo besaba con los labios más húmedos jamás
vistos. Otra jugaba con los pechos, los apretaba, los lamía lentamente y los apretaba
haciendo que los gemidos empezaran a aparecer. Se besaban apasionadamente,
mientras sus manos jugaban con la vagina de la otra. Pronto sus caderas
empezaron a tener ese movimiento involuntario que haces cuando estás sintiendo
placer y quieres gozar más. En lugar de ponerse una encima de la otra, ambas
estaban tumbadas, mirándose. Una de ellas se dio la vuelta, de forma felina,
como la gata en celo que era en ese momento, hasta llegar al punto de tener las
vaginas a la altura de las bocas de cada una. Iban a comerse mutuamente.
Hicieron el sesenta y nueve.
Al estar tumbadas las dos sobre la
cama, cada una levantó su pierna para que la lengua de la otra pudiera llegar a
todos los rincones de su sexo. Los movimientos de sus lenguas se acompasaban
con los de sus caderas. Sus gemidos solo eran ensordecidos por tener sus
lenguas y sus bocas en la vagina de la otra. Los movimientos se aceleraban, ya
no tenían la parsimonia del principio. El deseo y la excitación se habían
apoderado de ellas, sus instintos más primarios estaban aflorando acompañados
de la desesperación de querer más y más.
Nuestra amiga dijo no haber tenido nunca relaciones con otra mujer, pero se
desenvolvió tremendamente bien con el clítoris que tenía en su boca. Tan bien
lo hacía, que consiguió que los espasmos se apoderaran del cuerpo de la mujer a
la que estaba dando placer.
Esas contracciones pasaron a la desesperación de agarrarle
la cabeza sin dejar que su lengua se separara de su vagina y los gemidos se
ensalzaron por el placer que recorría cada poro de su piel.
—Si sigues así, vas a probar a lo
que sabe una mujer, vas a hacer que me corra.
Aquella frase la excitó muchísimo
por lo que más empujó su cabeza contra aquellos labios húmedos y aquel clítoris
exaltado. De repente, los sonidos sensuales que reinaban en aquella habitación
desaparecieron y dejaron paso a los gritos de placer al sentir como aquella
lengua conseguía llevarla al clímax y explotar en los labios de aquella mujer.
Toda la noche hicieron —hicimos— mil
travesuras más, disfrutando de la complicidad, la sensualidad y el sexo
salvaje, pero esa es otra historia que os contaré en otro momento.
Dadle Visibilidad a Vuestros Deseos
.jpg)
Comentarios
Publicar un comentario