Te quiero

Te quiero

Para el sexo nunca hay restricciones vitales: ni edad, ni resistencia, ni belleza, ni gustos… Cualquier momento de nuestra vida es bueno para disfrutar de él. En la adolescencia,  descubrimos el sexo —con todo lo que ello conlleva—; de jóvenes lo tenemos con quien sea y en el momento que nos apetece y; en la madurez, perfeccionamos nuestras técnicas y definimos mejor nuestros gustos —lo que queremos y cómo—, exprimiendo y disfrutando al máximo. Esta historia va de eso; del sexo en la madurez y cómo llegas al clímax de tus explosiones.

Contactaron conmigo una pareja madurita encantadora. Sus cuerpos decían que habían vivido y disfrutado de la vida, pero sus mentes y sus corazones decían que aún eran jóvenes y con todas las ganas de vivir.

Quedamos en una terraza para conocernos mejor y saber cuál era el motivo por el que me habían llamado. Durante su vida habían disfrutado de muchas y variadas experiencias.  Me comentaron que, entre ellos, habían encontrado sus relaciones más placenteras. Yo estaba allí porque unos amigos suyos les hablaron de mí y querían tener esa vivencia. Ya habían probado tener relaciones sexuales en lugares públicos, pero nunca lo habían hecho con un espectador que estuviera pendiente de ellos.

Decidimos terminar la cervecita e irnos a su casa. Al llegar, mientras él y yo nos entretuvimos, en una de las habitaciones, comentando una afición que teníamos en común, no nos percatamos de que ella había desaparecido. Nos dimos cuenta cuando apareció. Tan sólo vestida con un camisón azulado, casi imperceptible, ya que la tela era casi transparente, dejando ver toda la plenitud de su cuerpo. Aunque la edad se notaba en su cuerpo, era maravilloso y estaba perfectamente moldeado por el tiempo. Sus caderas tenían la mezcla perfecta entre cartucheras y nalgas respingonas. Sus pechos carecían de areolas, pero estaban redonditos y puestos en su sitio, al igual que los pezones duros. La misma dureza que se nos puso a su esposo y a mí, al ver semejante imagen.

—¿Vamos? —preguntó ella mientras le daba la mano.

Al llegar a la habitación, se sentó en la cama, acercó a su marido y le desabrochó el pantalón. Bajó la cremallera y dio libertad a su pene para salir de la prisión de su ropa interior en la que estaba preso y quería salir para poder disfrutar del sexo con ella. Aquella polla ya estaba erecta, por lo que comenzó a lamerla, a escupirla, chuparla, se la metía en la boca con todo el cariño que te tiene la persona con la que llevas toda la vida. Al mismo tiempo, jugaba con su escroto de la forma que a él le gustaba, tirando de ellos hacia abajo como si estuviera ordeñando una ubre. Lo tumbó en la cama, le quitó los pantalones y la ropa interior y se subió encima de la boca de su hombre. Apoyó sus manos en el cabecero mientras que, de rodillas, movía sus caderas por sus labios para poder sentir su lengua por toda su vagina. Su cadera se deslizaba hacia adelante y hacia atrás, a la misma vez que aquella lengua le lamía desde su culo hasta su clítoris. Se apartó para que su esposo pudiera incorporarse y así poner su espalda apoyada en el cabecero Ella fue bajando su vulva por el cuerpo de él hasta encontrar el obstáculo que ella buscaba; su polla. Sin necesidad de ayuda, se introdujo en ella. Sabía cuál era su sitio. Él estaba apoyado en el cabecero, mientras ella cabalgaba y sus pechos quedaban a la altura de la boca de su marido. En ningún momento, sacó ni un centímetro de la polla de su interior, solo movía su cadera, rozando su clítoris y apretando para sentir la presión del escroto en su culo.

Entre suspiro y suspiro, ella comenzó a tener espasmos. Su cuerpo empezó a temblar sin control, símbolo de que se había corrido con su marido dentro. Sin parar ni un segundo, él le agarró por las nalgas y comenzó a embestirla salvajemente —ahora le tocaba a él—.  No le dio tiempo a su mujer para tomarse un respiro por lo que su vagina seguía palpitando cuando disfrutaba del sexo salvaje que le estaba proporcionando. Esto hizo que su excitación fuera tal que, en el momento en que su marido estuvo a punto de correrse, ella también lo hizo. Explotaron juntos, empalmando ella una corrida con otra, haciendo que —aun sintiendo a su marido dentro de ella— lo abrazara y comenzara a llorar.

—Te quiero.

No tuvieron sexo, ellos hicieron el amor y me lo dejaron ver, por primera vez.

Después sí tuvieron sexo, pero eso, os lo cuento en otro momento.



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