Balcón publico

 Balcón Publico.

Ya comienza a notarse el frío. El verano ya pasó y todos buscamos refugio para cumplir nuestras fantasías sin quedarnos congelados a la hora de hacerlas realidad.

Unos nuevos amigos querían cumplir una fantasía: sentirse observados mientras tenían relaciones y que escribiera su propio relato, para que todo el mundo pudiera saber lo que hacían, sin desvelar su identidad. En esta ocasión, les dio igual la hora, la temperatura y el público que pudieran tener. Estaban tan calientes que no pensaban lo que hacían, dejándose llevar por el deseo. Esta pareja era asidua a ir a clubes liberales por lo que habían realizado multitud de travesuras, con diferentes personas y en muchos y variados lugares —con público y sin él—. Lo que nunca habían sido era protagonista de un relato erótico. ¡Sueño cumplido!

Contactaron conmigo, a través de otros amigos —cada vez me pasa más— y quedamos para tomarnos algo, conocernos mejor y romper el hielo. La timidez típica cuando no conoces de nada a una persona y además quieres hacerla partícipe de tus instintos más primarios. Eran una pareja en la flor de la vida, sin cargas familiares, por lo que tenían toda la disponibilidad para dedicar su tiempo a lo que mas les gustaba: disfrutar del sexo.

Quedamos a mediodía, después de un par de botellas de vino, entre agradable conversación, risas y complicidad, nos desplazamos hacia su piso para resguardarnos del frío, aunque en nosotros ya se empezaba a notar el fuego.

En su piso, seguimos con los vinos, la conversación y la complicidad. Allí ya estaban en su hábitat, por lo que se encontraron más cómodos para hacer todo tipo de cositas, disfrutando el uno del otro y conmigo. Con el paso de las horas, pasamos del vino y comenzamos con las copas, que consiguieron que, si ya estábamos desinhibidos, lo estuviéramos aún más. Empezamos a hacer lo que nos pedía el cuerpo en cada momento, sin ningún tipo de reparo por parte de la otra persona. Dejándonos llevar por una noche de disfrute.

De todo lo que hicimos, hubo algo que, a mí, me excitó hasta el punto de explotar sin participar directamente. Recostados en el sofá —en unas de las pausas—, ella estaba completamente desnuda, acostada, relajada. Aunque estuviéramos en un descanso, no paraba de rozarse y tocarse.

—No dejo de sentir calor —dijo.

Nuestros cuerpos estaban calientes, excitados, sudorosos y con ganas de más. En el ambiente del salón se notaba, olía a sexo.

—¡Madre mía qué calor! —dijo de nuevo mirando de forma pícara a su marido.

Su marido se levantó del sillón donde estaba reposando y disfrutando de las vistas del cuerpo de su mujer, le tendió la mano para levantarla y la llevó al balcón, desnuda.

Eran altas horas de la madrugada y la temperatura de la calle hizo que todo el cuerpo se le erizara y que sus pezones se endurecieran hasta el punto de ser difícil jugar con ellos.

—Aquí vas a tener frío de más, espérate que te voy a calentar —dijo él.

Apoyó a su esposa de espaldas a la barandilla —que le llegaba a la altura de su cintura— que daba a la calle. Los barrotes quedaban justo por sus rodillas, por lo que desde fuera se podía ver todo lo que estaba sucediendo dentro del balcón. Le subió una pierna hasta el comienzo del barrote y se agachó. Su lengua empezó de atrás hacia delante, comenzando por su culo para de una forma suave, lenta y húmeda, empezar a deslizarse hasta llegar a los labios carnosos, calientes y mojados que estaban deseando disfrutar del buen sexo. Agarró la cabeza de su esposo, apretándola más hacia ella, como si quisiera que llegara hasta lo más profundo de su ser con su lengua, mientras que con la otra mano, jugaba pellizcando sus pezones —duros y erguidos— y agarrando el pecho para llevarlos a la boca, lamerlos y escupirlos. Estaba muy cachonda.

—¿Ahora tienes frío? —preguntó él, incorporándose.

—Sí, mucho, dame calor.

Se bajó su ropa interior lo justo para dejar su verga al descubierto, la deslizó por los labios y el clítoris para humedecerla y lubricarla y, así poder entrar mejor en ella. Introdujo su miembro, dejando ver la profundidad en la que estaba por los gestos de la cara de ella, hasta el punto de llegar al fondo. Ella tuvo que ponerse de puntillas para que él siguiera empujando. En ese momento, se le escapó un suspiro como si fuera el último. Se abrazó al cuello de él, jugando con su lengua por la oreja, algo que lo encendía y hacía que las embestidas fueran más salvajes. Parecía que, más que disfrutar del sexo, pretendía hacerla sufrir introduciendo su polla en ella, algo que, consiguió el efecto contrario: volverla loca de placer.

Aquella situación me encantó. Les daba igual el resto del mundo; eran ella y él, dando rienda suelta a los instintos más primarios y naturales que todos tenemos. Él se apartó, la miró de forma chulesca, cosa que a ella le sorprendió. No entendió el motivo de que parara. Tras varios segundos mirándose, él le dio la vuelta, puso a su esposa de cara a la calle, le abrió las nalgas —hermosas posaderas que incitaban a ser palmeadas cuando están rebotando contra tu cuerpo— y comenzó a follársela. Se agarró a los hombros de ella mientras la penetraba con rabia. Las tetas le quedaban por encima de la barandilla. No le importaba que cualquiera que pasara por la calle o los vecinos la pudieran ver. Sus preciosos pechos estaban fuera del balcón para que todos pudieran disfrutar de ellos mientras ella disfrutaba del mejor polvo, al fresco, que había tenido. Mi erección era incontrolable y dada la situación tampoco hice nada por ocultarla.

—Me voy a correr, quiero que te corras conmigo, suéltalo dentro de mí —dijo desesperadamente.

Ambos empezaron a gemir fruto del éxtasis que estaban sintiendo, sus gemidos retumbaban por toda la calle en el silencio de la noche.

Disfrutamos de aquella noche, pero el resto, os lo contaré en otro momento.



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