Muchas y ricas veces.
El mundo liberal es un mundo
discreto, donde los secretos más carnales se guardan a buen recaudo. Aunque
también es cierto que, las personas que pertenecen a ese mundo, no tienen
remilgos en lo que se refiere a sus instintos más primarios.
Me llamó una amiga con la que he compartido muchas situaciones sensuales. Me
comentó que una persona quería conocerme porque le gustaría ser la protagonista
de uno de mis relatos. Me preguntó si le podría facilitar mi contacto, a lo que
contesté que —evidentemente—, estaría encantado de que me llamara.
En la conversación hablamos de más
temas, pero se me quedó con una frase que me dijo, en un tono jocoso. Creí que
me lo comentaba de forma irónica, pero cuando pude conocer a esa persona,
entendí que era real.
—La vas a disfrutar, y muchas veces.
Me vi con mi nueva amiga en su casa. Al llegar, estaba sola
y nos pusimos a hablar como si nos conociéramos de toda la vida, con toda la
confianza del mundo. Normalmente, cuando veo a mis nuevos amigos por primera
vez, siempre hay que ir rompiendo el hielo, pero esta vez no era el caso; era
de las típicas personas que están abiertas a hablar con todo el mundo.
—Mi pareja ha tenido que salir un
momento de casa, pero regresará pronto —dijo.
Nos sentamos en un confortable sofá
marrón del salón con una copita de vino, siguiendo con la conversación sensual.
Hablamos sobre lo que habían hecho y los lugares donde habían disfrutado de su
sexo y que llevaban relativamente poco tiempo dentro del mundo liberal. Nuestra
amiga en común, los llevó a un local donde se les abrió la puerta a un mundo
maravilloso y desconocido para ellos hasta ese momento.
—¿Sabes? Ya estoy mojada
completamente —dijo con la copa de vino a medio terminar.
Me lo demostró abriendo sus piernas
y dejando ver la humedad de su vulva que había traspasado a sus pantalones
cortos. Me pareció sorprendente que con la conversación que teníamos, tuviera
tal reacción íntima. En ese momento, llegó su pareja. Nos presentó y se dio
cuenta de la humedad de su mujer.
—¿Habéis empezado sin mí? —preguntó.
—No, solo estamos hablando, pero
entre el tema y que sabes cómo soy, pues así estoy ya —respondió
Se sentó con nosotros, volvimos a
rellenar las copas y brindamos por aquel encuentro que prometía. Ella se
levantó y se fue sin decir nada, por lo que imaginé que iría al baño. Mientras
ella no estaba, él y yo manteníamos una conversación abierta, pero no tan
directa como la que había mantenido con ella. Se notaba que él era algo más
comedido o misterioso.
Ella tardó algo más de lo habitual, pero la espera mereció
la pena.
Mientras él y yo conversábamos
mirándonos, no escuchamos su llegada y apareció, por la puerta del salón,
desnuda. Se había recogido su rubia melena y untado cremita, lo que hacía que
su piel brillara y su cuerpo desprendiera un olor afrutado. Sus manos ya
estaban jugando con sus pechos. La forma de pera de sus tetas con los pezones
apuntando hacia arriba, es algo que me vuelve loco. Su cuerpo —totalmente
depilado— lucía tan apetecible, a la vista y al olfato. Su Monte de Venus ya
dejaba ver parte de sus labios rosaditos y brillantes y no precisamente por la
crema que tenía por el resto del cuerpo.
—¿Conseguiremos un récord? —dijo él.
Al decir esa frase yo pensaba que se
refería al tiempo de la relación, a cuánto duraría uno u otra antes de
correrse, aunque pronto descubrí que no se referían a eso; las cuentas eran
otras.
Se levantó, se acercó a ella, la
agarró del cuello y comenzaron a besarse, aunque ella parecía desear otra cosa
distinta. Los besos están muy bien para empezar a calentar o cuando vas a hacer
el amor pero, en este caso, ella ya estaba caliente y lo que quería hacer con
su marido no tenía nada que ver con el amor, pero sí con la lujuria, el deseo y
los instintos más primarios.
Le despojó de los pantalones y de la
ropa interior de una tacada. Aquella verga depilada ya estaba lista para dar y
recibir placer. No hubo que activarla, ya estaba erecta y con el glande bien
grueso. Su mujer se agachó y la introdujo en su boca para humedecerla. Se
notaba que no la chupaba por el hecho de dar placer, parecía tener una función
mayor, la de lubricar ese miembro para poder disfrutarlo dentro de ella. Al
estar agachada, no perdió el tiempo, ella se tocaba y lo hacía con ansia.
Estaba mojada y eso hacía que sus dedos entraran en ella, sin resistencia
ninguna. Aceleró el ritmo con el que los introducía y sacaba, como cuando estás
a punto de explotar y, efectivamente, así lo hizo. Se corrió, se sacó el
miembro de su marido de la boca y lo siguió pajeando. Cerró fuerte los ojos,
abrió la boca, dejando escapar sus gemidos —casi sin querer— de su interior y
su cuerpo comenzó a temblar. Sin dar descanso, se incorporó, se apoyó en el
brazo del sofá, dejando vía libre al pene de su marido, que había estado
humedeciendo y preparando para ella, con tanto mimo.
Allí, de pie, junto al sofá, fue
penetrada por su marido. Cada vez que entraba en ella, no lo hacía de una forma
instintiva y aleatoria, llevado por el deseo, aquellas embestidas tenían una
forma y sentido estudiado con el paso del tiempo, sabiendo qué es lo que le
gusta a tu pareja y cómo hacerlo realidad para que las relaciones lleguen a
otro nivel. Entraba de forma lenta y suave, hasta casi llegar al fondo y ahí es
cuando empujaba con todas su fuerzas para, a continuación, sacarla y meterla
lento y empujar al final. Tras varias embestidas, ella se abrazó a su cuello
pegando sus dos cuerpos.
—Sigue, sigue, no se te ocurra
parar.
Se volvió a correr, esta vez en la
polla de su esposo y siguió queriendo ser penetrada sin ningún tipo de
descanso, sin respiro. Pude comprobar que era multiorgásmica, entendí lo que me
dijeron en un primer momento de que la iba a disfrutar muchas veces. Se volvió
a correr en un par de ocasiones más, hasta que su pareja ya no pudo aguantar y
explotó a la par que ella, llegando a esa conexión que todos vamos buscando;
corrernos a la vez.
Esta vez, no se superó el récord,
pero tuve el honor de verlo para disfrutarlo. La historia del récord, ya os la
cuento en otro momento.
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