Mi señor
La mayoría de las personas que
contactan conmigo son mujeres; parece que ellas son más activas a la hora de
buscar nuevas ideas o situaciones para disfrutar con sus parejas; aunque
también existen hombres que buscan vivir nuevas experiencias.
Contactó conmigo un nuevo amigo porque quería ser observado en el
momento de tener relaciones con su pareja y así convertirse en el protagonista
de uno de los relatos que escribo.
Quedamos para conocernos, tomarnos
una cerveza en una terracita y ver exactamente cuál era la idea que tenía con
respecto a mis relatos. Se veía una persona aparente, con buena percha,
elegante y dicharachero. De las típicas personas que quieres tener en tu
círculo cercano para pasarlo bien. Hablamos de lo que yo hacía y de lo que él
quería; que le mirara y que escribiera sobre él. Durante todo el tiempo me
habló de él, en singular.
—Para que haya una relación, hacen
falta dos personas. No sé si estás pensando en mí, porque si es así, no vas por
el camino correcto —dije.
—No, nada más lejos de la realidad.
Soy hetero y tengo pareja. No ha podido venir y se ha quedado en casa —dijo.
¡Qué curioso!, pensé, ya que, si iba
a presenciar sus actos más íntimos, qué menos que conocerlos a los dos, antes.
Después de un rato muy divertido,
fuimos a su casa, donde pude comprobar que su pareja estaba allí, tranquila y
relajada, como no esperando visita. Vestía con una camiseta ancha, unos leggins cortos y el pelo enmarañado. No
pareció importarle mucho ya que me sentí bien recibido y para nada incómodo con
su reacción. Nos sentamos y seguimos con la conversación que teníamos en la
terraza, evidentemente sumando una persona más, la cual participaba como si
hubiera estado desde el primer momento. Tras un rato —muy a gusto—, él le comentó que se
arreglara, cosa que hizo que a ella se le iluminara la cara. Sin mediar
palabra, se levantó y se fue. Me sorprendió y se me quedó cara de
circunstancias.
A los diez minutos…
—Ya tiene que estar lista,
acompáñame —dijo él.
Nos levantamos y lo seguí hasta una
de las habitaciones de su casa. Antes de entrar, noté que la persiana estaba
bajada, la luz principal apagada y solo estaba encendida una luz de lamparita
muy tenue. Al entrar, descubrí una cama inmensa en la cual ella estaba tumbada
y totalmente desnuda. Su cuerpo, delgadito, pero con las curvas justas para
disfrutar de él. Parecía que tenían montado un buen cuarto para el placer.
—Le estaba esperando, mi señor —dijo
ella.
Él entró al baño, se desnudó,
refrescó sus partes más íntimas y salió secándose con la toalla. Ella, tumbada
en la cama, con el pelo recogido —maquillada y perfumada— a la entera
disposición de su señor. Se incorporó en la cama, poniéndose a cuatro —cual
gatita en celo—, esperando a que él se acercara. Terminó de secarse y acercó su
verga a la boca de su esposa, la cual empezó a chuparla. Aún estaba aletargada,
por lo que se esmeró en despertarla con su boca de pecado. Lamiéndola, chupando
sus huevos, escupiéndola y pajeándola para transformar la flacidez en una
erección preparada para el disfrute del sexo que le proporcionaría su señor. No
tardó en que aquel miembro estuviera listo y preparado para el sexo.
Sin cambiar de posición felina, se
dio la vuelta para que él no tuviera que moverse del sitio. Le dio la espalda y
aproximó su culo para que la penetrara. Se escupió en sus dedos para humedecer
sus labios y que pudiera ser más fácil el ser follada. Él empezó a jugar,
deslizando su pene por la vagina de ella, de adelante hacia atrás, para
excitarla y que le pidiera que se la metiera.
—Quiero sentirte dentro.
Dicho y hecho, fue introduciéndose
dentro de ella, casi sin querer, sintiendo cada centímetro del calor del
interior de su cuerpo. El suspiro de ella se alargó todo el tiempo que tardó en
ser penetrada, por primera vez. Él agarró sus caderas y fue aumentando la
velocidad y la fuerza con la que se la metía. El suspiro de ella, se convirtió
en gemidos. De rodillas, colocó sus pechos directamente en el colchón dejándole
más sitio a su señor y así poder sentir mejor los golpes de los huevos en su
clítoris cada vez que era embestida.
—Apriétalo, quiero sentir cómo la
estrangulas —dijo él.
Se refería a su vagina, la cual
tenía gran fuerza en los músculos y hacía que en la penetración se sintiera más
opresión en el miembro y con ello, más placer.
—Sigue apretando —ordenó.
—Más, mi señor, quiero que me duela
—dijo.
Él no tardó en indicarle que iba a
explotar, por lo que ella, rápidamente, se tumbó boca arriba en la cama,
poniendo su boca por debajo del escroto. Empezó a lamerlo y chuparlo. Él se
frotaba todo el largo de su pene e hizo que explotara, descargando en los
pechos de ella, para acto seguido, con sus manos, untar el semen por sus
pezones, como si se estuviera aplicando crema hidratante.
Esa fue la primera entrevista con
esta pareja. La noche, en aquel cuarto repleto de juguetes, dio para mucha
sensualidad, pero eso os lo contaré en otro momento.
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