Vuelta a casa.
El verano ya se iba acabando, o por
lo menos, las vacaciones en las que todos hemos querido disfrutar, en todos los
sentidos. Aprovechamos para viajar, conocer gente y vivir nuevas experiencias,
que queremos probar antes de que acabe la estación. Esta historia trata sobre
ello.
Esta pareja de amigos aprovechó el verano para desinhibirse y realizar las
fantasías de las que habían hablado mil veces, pero que, por unos motivos u
otros, nunca se habían atrevido a hacerlas o, no habían tenido la oportunidad
de llevarlas a cabo.
Una de ellas consistía en tener
relaciones mientras una persona les miraba. A ambos les excitaba esa idea, pero
dudaron plantearlo entre ellos, por vergüenza. Hace unas semanas les surgió el
tema hablando con unos amigos y les comentaron que yo les podría ayudar en ese
sentido, guardando su privacidad. Aunque en aquella conversación pusieron
reticencia a ponerse en contacto conmigo, tardaron poco en hacerlo.
Habían pasado todo el verano fuera
de su residencia habitual y, ese fin de semana, decidieron volver. Vivían en
una casa a las afueras de su localidad, en una vega fértil y frondosa, dentro
de una parcela que tenían perfectamente preparada para su disfrute: zona
ajardinada, piscina, barbacoa…
Cuando llegué me recibieron, me
ofrecieron una bebida y me enseñaron la zona del jardín. Nos sentamos en un
ambiente cerca de la piscina, bajo la sombra de los árboles, que proporcionaban
más privacidad a la parcela. La
conversación se alargó, comentando todas las experiencias nuevas que habían
vivido durante el verano y terminamos por servirnos una copita. Tras la segunda
bebida, ella se notaba más alegre y desinhibida de lo que —hasta ese momento—
había estado. No paraba de tocar a su marido, jugaba con su pelo, le acariciaba
el cuello e incluso sus manos hacían incursiones furtivas hasta la bragueta de
él, intentando disimular algo por mi presencia, pero demostrando a su pareja
las intenciones de diversión.
—Entonces, ¿cómo lo hacemos?
—preguntó ella.
—Está claro que estas deseando
empezar. Cuando decidáis, yo estoy a vuestra entera disposición —dije.
Cogió a su marido de la mano y lo
llevó a una de las hamacas que tenían junto a la piscina. Lo tumbó y se subió
encima de él. Comenzó a besarlo lento —muy lento—, besando uno a uno los labios
de él. Empezó a bajar por su cuello. Lo lamia y chupaba, controlando los
tiempos. Su marido no paraba de acariciarla y agarrarla. Cuando esto pasaba,
ella apartaba las manos de él y se las ponía encima de su cabeza. Como ella
estaba encendida, quiso que su marido y yo también lo estuviéramos. Bajaba su
boca por el pecho de él, desabrochando los botones de su camisa. Al llegar a la
altura de su bragueta, apretaba su barbilla contra su paquete, haciendo que el
tamaño de su polla aumentara. Sin desabrochar el botón del pantalón, bajó la
cremallera, metió su mano y sacó la polla. Me miró y se le escapó una sonrisa
picaresca, hizo que mi cuerpo ardiera en deseos de ser yo quien estaba dentro
de esos pantalones. Sin apartar la mirada de mí, sacó su lengua y comenzó a
lamer el glande rojo y gordo. Cuando lo tuvo bien lubricado, se la introdujo en
la boca. Al estar tumbados, su cabeza subía y bajaba chupándola despacio,
lubricando con su saliva. Las manos de su marido, ya estaban en la cabeza de su
esposa, agarrándola por los pelos, de forma involuntaria, llevado por el placer
de aquella mamada.
Mi polla comenzó a lubricar viendo
cómo aquella mujer hacía disfrutar de esa manera a su esposo.
Abrió sus piernas y se subió encima.
Llevaba una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos que tapaban lo justo
de su culo respingón. Al abrirse de piernas encima de él no necesitó ni
quitárselos, por una de las aperturas la introdujo y se la metió dentro de
ella. Los dos, comenzaron a gemir de placer. Ella movía su cadera de forma
suave y contundente. Sin dejar el sensual movimiento, se quitó la camiseta y
desabrochó su sujetador. El cierre lo tenía en su canalillo por lo que aún no
podía ver sus pechos, se giró sin mostrarlos y me tiró el sujetador. Quería
provocarme a mí también y lo estaba consiguiendo. Su marido agarró sus pechos
mientras ella comenzó a botar. El placer hacía que su pareja no parara de gemir
y de pedirle más, más fuerte y más duro, pero ella seguía marcando los tiempos,
algo que más loco lo volvía. Se levantó y se dio la vuelta, para volver a
introducirla, haciendo que yo pudiera ver sus pechos rosados y sus pezones
tiesos. Colocó sus manos y codos en la tumbona y comenzó a deslizarse de
adelante hacia atrás, haciendo que sus pezones se rozaran por la silla,
excitándose aún más.
No dejaba de mirarme en aquella
postura. Tan excitado estaba que no podía más que cruzar las piernas y apretar
disimuladamente mi glande.
—¡Para, que me voy a correr! —dijo
él.
A ella le dio igual. Siguió su
movimiento. Aceleró con más fuerza para controlar el momento en el que su
marido debía explotar. Él la agarró de la cadera y hacía más fuerza para entrar
hasta el fondo de ella.
—¡¡Joder!! —gritó ella, delatando la
explosión de placer que acababa de sentir.
La tarde pasó con más escenas, pero esas son historias para otro día.
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