Viernes liberal
Los mejores momentos son los que no
se planean. ¿Cuántas veces habremos dicho esta frase? Tan real como la vida
misma.
Contactó conmigo una nueva amiga que quería ir a un club liberal de
su ciudad para poder estrenarse en ese mundo. Me extrañó que me pidiera que la
acompañara porque, en esos locales, nunca estás solo; siempre hay personas con
las mismas inquietudes sexuales, dispuestas a ser testigo de tus relaciones e
incluso a participar de ellas.
—No me interesa el hecho de tener
sexo delante de otros. Quiero que me observes y así escribas un relato que
narre mi experiencia —dijo.
No negaré, que me halagó.
Quedamos para conocernos y romper el
hielo, algo habitual, cuando me cito con nuevos amigos. En esta ocasión, notaba que ella no terminaba de estar
segura; tenía dudas con respecto a esos clubes. Dentro de mi conocimiento de
estos lugares de placer, le comenté lo que se iba a encontrar: seguridad y
respeto por parte de las personas que allí acuden. Seguía sin estar convencida,
así que le aconsejé que no fuera. Si no estás seguro de algo, mejor no lo
hagas, antes de poder arrepentirte. Me hizo caso, se lo pensó mejor y decidió
que no estaba preparada aún para ir. Tras la decisión, el planazo para la noche
del viernes se truncó, aunque decidí
seguir adelante —por mi cuenta— con la visita al club liberal.
Me presenté en el local al que
teníamos pensado ir —nunca había estado allí—. Tenía mucha curiosidad por
descubrir algo tan nuevo para mí. Los miembros del staff, me enseñaron muy amablemente el local y todas las
habitaciones de placer en las cuales podría disfrutar. Como iba solo, me
restringieron el acceso a parte del establecimiento, pudiendo recrearme de
ciertas partes que eran solo para hombres. Las parejas y las chicas podían
disfrutar de la totalidad del establecimiento. Tras la pequeña ruta por las dependencias,
me senté en la barra, pedí una copa y empecé a charlar con las personas que
estaban a mi alrededor. El respeto es un aspecto que se tiene muy en cuenta a
la hora de entrar aquí.
—Acompáñeme, por favor —dijo un
camarero al acercarse a mí.
Imaginé que aún quedaría alguna sala
que no me habían enseñado. Cuál fue mi sorpresa cuando me llevaron a una
habitación, donde se encontraba una pareja. Se habían fijado en mí y querían
que me uniera a ellos. Dos personas encantadoras y muy simpáticas, o por lo
menos, esa fue la sensación que me dio. Era evidente que, para hablar, no me
habían llamado.
Ella estaba tumbada en la cama con
un top y una falda de lino negra y él
se encontraba en un lateral con una toalla que le cubría de cintura para abajo.
—Le encanta que le coman el coño y
le apetece que se lo comas tú —dijo.
Ella, bajó su top hasta su cintura, dejando al descubierto sus enormes pechos
naturales y sus pezones tiesos de la excitación del momento. Se quitó la falda
—no había más prendas que cubrieran su cuerpo—, por lo que se quedó en la cama
mostrándome todas las partes lujuriosas de su precioso cuerpo lleno de curvas,
deseoso de ser agarrado, apretado, mordido, lamido y disfrutado.
Tumbada en la cama, abrió sus
piernas, mostrándome su coño muy bien depilado —estilo brasileño—, algo que me
encantó e hizo que mi cuerpo ardiera en deseos de poder disfrutar del sexo con
ella. No dudé en acercarme y empezar a acariciar sus muslos tersos y suaves,
deslizando mis manos hacia su vulva, la cual estaba caliente y muy húmeda.
Saqué mi lengua, comencé a jugar con su clítoris y comenzó a suspirar de
placer. Mientras, su pareja ya se había desprendido de la toalla que cubría su
cuerpo y comenzó a besarla apasionadamente. Ella gozaba del placer de dos
lenguas por su cuerpo. Acercó la polla a su boca, la cual ella escupió y chupó
mientras con su mano acariciaba los huevos de su pareja. Mientras mi lengua ya
se introducía en ella y la deslizaba de abajo hacia arriba, su cuerpo estaba
dispuesto a recibir placer, llenándome toda la boca de aquella sabrosa humedad.
Sus gemidos de placer se escuchaban algo distorsionados por tener la polla
dentro de su boca.
Se incorporó, poniéndose a cuatro
para que su marido pudiera introducir su polla dentro de su coño, momento que
aproveché para desnudarme y liberarme de la estrechez que ya notaba en mis
pantalones. Mientras la empotraban, comenzó a lamer mis huevos, chuparlos y
apretarlos. Me encantaba. Me hacía sentir en todo mi cuerpo el calor que te
lleva a los instintos más naturales y salvajes de tu ser. Escupió en mi polla.
Se la metía y sacaba de la boca, a tal velocidad, que su saliva se deslizaba
por mis piernas, haciendo que me encendiera aún más. Se colocó boca arriba,
levantando sus piernas, colocando los pies encima de los hombros de su marido,
momento que él aprovechó para volver a introducir su polla en ella. Su cuerpo,
estrellándose en el culo de ella, hacía uno de los sonidos más morbosos que se
pueden escuchar. Me arrodillé en la cama, dejando que mis huevos colgaran a la
altura de su boca. Los lamía, mientras deslizaba su mano por mi glande
humedecido de la total excitación del momento. Tanto él como yo, nos miramos y
se notó que estábamos deseosos de explotar.
Aquéllo nos tenía a mil y queríamos descargar cuanto antes para poder
sentir ese éxtasis
—Quiero que os corráis en mis tetas.
No demoramos el cumplimiento de esa
orden y colocándonos cada uno a un lado, así lo hicimos. Descargamos todo en
sus tetas mientras ella se frotaba sus pezones con nuestra explosión de placer.
La noche dio mucho juego, pero eso
ya es otra historia.

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