Retando a mi mirada sensual

Retando a mi mirada sensual

 

Seguimos en verano y la excitación de las personas estaba a flor de piel. Ya sea por el calor o por todo lo que han disfrutado de su sexualidad, cada vez queremos más y más.

Contactó conmigo una nueva amiga. Había leído los relatos que escribo y quería tener uno propio. Acudí a su ciudad.  Quedamos y nos tomamos unas cervezas para charlar y romper el hielo. Me contaba todas las experiencias que había tenido; que todas y cada una de ellas fueron especiales, no tanto por las personas con las que las había mantenido, sino porque le gustaron todas y cada una de las relaciones de las que pudo disfrutar. Su amplio abanico de circunstancias, tipo de relaciones, incluso de número de participantes, hacían que supiera lo que quería. Tenía las ideas muy claras.

Seguimos charlando sobre las experiencias sexuales vividas, pasando un muy buen rato. Llegado un momento, se hizo el silencio. Nos miramos y nuestros ojos gritaron el deseo que se había despertado entre ambos.

—Quiero ir ya a casa —dijo.

Pagamos y empezamos a dar un paseo. En el camino me contó lo que quería hacer conmigo y la verdad es que me sorprendió.

—Sé que no estás presente en las relaciones que publicas, que no intervienes, a no ser que se den unas determinadas circunstancias —dijo.

Ella quería plantarse delante de mí y excitarme para ver cuál era mi aguante. Se había propuesto el reto de excitarme hasta que le pidiera tener sexo con ella.

Llegamos a su casa, un pequeño apartamento en el centro, donde en el salón tenía su cama y un pequeño sofá de dos plazas. Nos sentamos y nos servimos dos copas de vino.  Apareció su gato —Darkmoon— y comenzó a tocarlo. Sus caricias tenían algo de peculiar, parecía disfrutar más ella, que el propio animal. Tocaba el suave pelo de su adoradísima mascota, hasta el punto de cambiar el ritmo de su respiración y erizarse sus pezones, los cuales se hacían notar por encima de su top.

—Ahora vuelvo —dijo.

Se dirigió hacia el baño, mientras que Darkmoon y yo —en ese pequeño sofá—, esperábamos. Abrió la puerta y apareció una mujer felina, empoderada, sensual y con el deseo ardiente de disfrutar. Tenia su pelazo negro recogido, se maquilló y sus labios rojos resaltaban sobre su piel morena. Tan solo llevaba puesto un camisón blanco, cortito —muy cortito—, que casi dejaba ver las partes de su cuerpo más deseadas. Se acercó a mí con sus tacones blancos, que al andar, dejaban oír el ritmo al cual quería que yo la poseyera. Apoyó sus manos en mis rodillas, se inclinó, dejando ver sus pechos dentro de su camisón.

—Voy a hacer que te mueras de ganas de empotrarme —susurró.

Entre mis piernas, se giró, se agachó tocándose sus sedosas piernas y dejándome ver por debajo de su camisón, un culo respingón del cual no quería salir nunca. Se alejó para subirse a su cama, cual minina en celo, se giró hacia mí, se puso de rodillas, colocándose su camisón para que no se viera ninguna de sus partes nobles, pero dejando en el límite, cada una de ellas.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó.

En aquel momento, sentí como mi cuerpo aumentaba de temperatura. Mis pulsaciones aumentaban en la misma proporción que disminuía el espacio en mis pantalones. Deslizó los tirantes del camisón sobre sus hombros para dejar caer la poca tela. Sus pezones estaban tan erizados que hicieron barrera para evitar dejar ver sus pechos. Se las agarró con fuerza, se las pellizcó y dejó ver sus senos, pequeños, perfectos, para introducirlos en mi boca y que mi lengua jugara con ellos. Deslizó sus manos por su cuerpo hasta sus muslos, el camisón aún estaba cubriendo su cadera y su Monte de Venus. Introdujo su mano por dentro para poder disfrutar de sí misma. No se veía lo que estaba haciendo, pero su cuerpo tembloroso, su piel erizada y su respiración sensual, decían que estaba disfrutándolo.

Tuve que cruzar mis piernas para no dejar ver la reacción que estaba teniendo mi cuerpo. Mi polla no podía respirar y quería salir a conocer a esa diosa que estaba a dos metros de ella. Cruzó sus brazos para agarrar ese trozo de tela que le quedaba en el cuerpo para quitárselo lentamente, que rozara suavemente su piel y disfrutar de su tacto. Al pasarlo por su cabello, el recogido se deshizo, cayendo su melena encima de sus pechos, dejando ver solo lo erizado de sus pezones. Mi ropa interior ya estaba mojada y mi polla no paraba de lubricar por ella. Puso su culo en la cama, se abrió de piernas e hincando los tacones en el colchón, me dejo ver aquella maravilla de la que estaba disfrutando. Su clítoris y labios, brillaban de lo húmedos que estaban. Ensalivó sus dedos para jugar con su clítoris, aunque no tardó en meterlos dentro de ella. Tuve que controlarme para no abalanzarme encima de aquella preciosa mujer que me hacía ponerme a cien.

Se introducía sus dedos cada vez más rápido, dejando oír ese sonido especial de humedad cuando entras dentro de su coño, solo interrumpido por los gemidos que daba, cada vez más frecuentes y fuertes.

—Me voy a correr para ti —dijo.

Yo estaba deseando que lo hiciera. Su mano no paraba, su cuerpo se arqueaba más, sus gritos eran cada vez más fuertes, hasta llegar al punto de explotar y empapar toda la cama con el placer que salió de su cuerpo.

Lo que pasó después, os lo cuento otro día.

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