Pa monumento, sustetas
Se nota que las vacaciones han
terminado. Hemos vuelto a la rutina del trabajo, los estudios y los quehaceres
habituales. Eso no evita que aún tengamos calor: ambiental y corporal.
Contactaron conmigo una parejita muy
cercana a la provincia donde resido, por lo que fue fácil organizarnos, ya que,
en poquito tiempo, pudimos juntarnos y empezar a disfrutar.
Cuando llegué a su ciudad, me la
enseñaron —estaban muy orgullosos de ella— y estuvimos dando un pequeño paseo.
Me mostraron los pequeños tesoros que escondía aquella localidad aunque, uno de
los tesoros, iba caminando junto a mí. Cada persona con la que nos cruzábamos,
se fijaba en los monumentos de la ciudad y en el cuerpo monumental de ella. Su
busto se hacía notar y era digno de admirar. Nos sentamos a tomar una cerveza
para romper el hielo. La conversación pasaba entre risas y comenzamos a subir
el tono, con temas más sensuales.
—Sabes que con ese pecho te haces
notar. ¿Verdad? —pregunté.
La pareja se echó a reír con
sensualidad y orgullo.
—Sí, y me encanta —contestó.
Estaba muy orgullosa de su busto, de
lo vistoso que era y no lo escondía. Vestía ropa muy sexi, por lo que hacía que
aumentaran las miradas hacia ella. Más orgulloso estaba él, aún.
—Todos la miran, pero yo la disfruto
—dijo.
Terminamos de beber y nos
encaminamos hacia su bonita casa. En cada una de las habitaciones que me
mostraban, había un roce, un tocamiento, un gesto del uno hacia el otro, que
hacían que se estuvieran excitando y poniendo, cada vez, más caliente. En una de
las estancias —con un pequeño sofá cama—, se empezó a notar que sus cuerpos ya
estaban ansiosos por disfrutar del sexo. Ella me miró, pareció pedirme permiso.
—Me encantaría ver lo que eres capaz
de hacer —dije.
Agarró a su marido y lo sentó en el
sofá. Le desabrochó la correa, le bajó los pantalones y los calzoncillos hasta
los tobillos y sin ningún tipo de miramiento, se metió la polla en la boca. Aún
no estaba erecta, pero ella hizo que rápidamente se pusiera firme como un
mástil. Una mano jugaba con los huevos, la otra subía y bajaba por la polla de
forma firme y fuerte y su boca la lubricaba por completo. Se la introducía
hasta el fondo de la garganta, hasta ese punto donde la reacción es la arcada y
la saliva fluye más. Su marido le agarraba de la cabeza, tirándole del pelo.
Sus manos hablaban del placer que estaba recibiendo de su mujer. Cada cosa que
tocaba, la agarraba y la estrujaba. Cuando su saliva chorreaba ya por toda la
polla de su marido, descubrió sus enormes pechos, escondidos tras un vestido sexy y ceñido que le tapaba desde sus
rodillas hasta los tirantes que le cubrían lo justo para no enseñar la areola
que rodeaba su pezón. Se escupió en ellos y metió la verga en aquel canalillo
de puro placer. Mientras deslizaba sus tetas por la polla de su marido, de su
boca, no se sacaba el glande, lo lamia, lo besaba y mordía, mientras sus tetas
empapadas apretaban aquel miembro hasta el punto de parecer estrujarlo.
Se incorporó, y cogiendo la parte
inferior de su vestido, se lo levantó hasta quitárselo por la cabeza, dejando
ver el body blanco que llevaba
puesto. Desabrochó los tres corchetes que tenía por la parte de su cuerpo, por
donde quería disfrutar. Se chupó sus dedos y bien salivados se los frotó contra
sus labios y su clítoris humedeciendo aún más su coño. Se subió encima de su
marido metiéndose la polla hasta el fondo. Los gemidos de ambos retumbaban en
las paredes de la habitación. Parecía que al escucharse ellos mismos, se
excitaban más.
Mientras que ella movía su cadera
hacia delante y hacia atrás, para notar aquellas pelotas en su culo, él agarró
con fuerza sus pechos —lo que sus manos podían abarcar—. Esas tetas eran tan grandes que eran indomables.
Chupaba y mordía los pezones con ansia, su lengua los lamía como si fuera el
último manjar que comería en su vida.
Aquella escena hacía que yo
estuviera caliente, mi ropa interior mojada y mi polla dura.
Ella se levantó de encima de su
esposo y se dio la vuelta, dándole la espalda. Se agachó y se volvió a meter la
polla dentro de ella. Se recostó sobre su marido y subió sus piernas encima de
aquel sofá del placer, dejándome ver su coño rosado, aunque ya mezclados con el
color blanco de sus fluidos. Su marido agarró sus pechos y pellizcaba sus
pezones, haciendo que su mujer gimiera de placer. La escena no tenía nada que
envidiar a la mejor de las escenas porno y yo tenía el privilegio de estar
viéndola en directo.
—Quiero que te toques para mí —dijo
ella mirando mi entrepierna.
Me senté en una silla enfrente de
ella y comencé a tocarme. Apretándome por encima de mi pantalón.
—Dame duro y no se te ocurra parar
porque me voy a correr en tu polla —dijo.
El marido comenzó a embestirla, con
tal fuerza que hacía que aquellos pechos descomunales botaran como si quisieran
salir de su cuerpo.
—¡Me corro, me corro! —gritó
arqueando el cuerpo.
Su gemido de placer lo escuchó todo
el barrio. En ese momento, supimos que ya había explotado y que el día sería
muy intenso.
Pero esa historia, os la contaré en
otro momento.
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