Disfrutando de un buen trozo de carne.
El verano ya se va y hay que
despedirlo como se merece.
Un grupo de amigos decidimos hacer
una barbacoa. Básicamente, queríamos hacer una; el motivo nos daba igual. Lo
importante era celebrar, aunque no hubiera ningún acontecimiento para festejar.
Una pareja de amigos ofreció su casa —a las afueras de un pueblo cercano— para
celebrarla. Una parcela para disfrutar de la naturaleza y desconectar del
estrés de la vida cotidiana. El evento transcurría sin nada de especial,
simplemente disfrutamos de la comida, de la bebida fría y de la buena compañía
que te proporcionan las personas a tu alrededor.
Lo único que se salió del guión
habitual de nuestras quedadas, fue el tema de conversación —subida de tono— que
surgió de una manera fluida y natural. Se notaba la confianza total que
teníamos en el grupo. Algunos nos dieron detalles de qué habían hecho por la
mañana; otros lo que les gustaba que les hicieran y hacer… En resumen, hablamos
abiertamente de sexo y de nuestras relaciones.
El día fue pasando y cada uno empezó
a retirarse por las obligaciones que tenían que atender o porque se habían
pasado con las bebidas frías. Al final, nos quedamos la pareja dueña de la vivienda y yo. Dio la casualidad
que ella, fue la persona que más participó —y con mucho interés— en la
conversación.
—Me dedico a escribir relatos de
relaciones sexuales de las que soy testigo —confesé en confianza.
Su reacción —lejos de ruborizarse o generar
rechazo— fue la de interesarse por el tema.
—¿Y cómo lo haces? ¿Participas? ¿Y
si no, cómo aguantas para no hacerlo? ¿Si me tiro a este delante de ti, tú nos
miras y no participas y después escribes el relato, para publicarlo en las
redes, sin que se sepa que somos nosotros? —preguntó.
—Correcto —respondí.
Lo miró y en su mirada se leía que
querían hacerlo; aquí y ahora.
—Me gustaría probar cosas nuevas y
no por darle mas aliciente a nuestra relación, sino porque me gusta mucho el
sexo y quiero probar todo el abanico de posibilidades que existen. Tener sexo
delante de alguien, tiene que ser muy excitante y quiero probarlo ¿Te
importaría qué lo hiciéramos ahora que estamos solos? —preguntó.
—Por mí, no tengo problema. Si os
apetece…, ya que estamos aquí —contesté.
Se levantó decidida, lo agarró de la
mano y lo llevó bajo el árbol que había junto a la mesa. Apoyó su espalda
contra el tronco, sujetó a su marido y lo atrajo hacia ella. Comenzó a besarlo
apasionadamente. Su lengua traviesa, no salía de la boca de él, se notaba que
la conversación la había excitado y ahora estaba liberando esas ganas de sexo,
solo reprimidas por la visita en su casa. Su cadera se movía hacia delante y
hacia atrás, queriendo rozar su Monte de Venus contra el paquete de su esposo.
Sin dejar de besarlo desesperadamente, sus manos desabrocharon los botones del
pantalón, metió una dentro y comenzó a jugar con aquel miembro que aún no
estaba en su apogeo. Le bajó los pantalones y la ropa interior para poder
pajearle y conseguir la erección que deseaba para apagar su calor. No tardó en
conseguir que el pene se mostrara tieso y duro. Se desabrochó el pantalón corto
y lo bajó lo justo para que se vieran sus braguitas. Estaba cachonda y la
mancha de humedad de su ropa interior, lo confirmaba. Apartó la tela hacia un
lado, dejando al descubierto una vulva depilada, bien cuidada y muy mojada.
Agarró a su esposo por el glande y lo introdujo dentro de ella. Mientras que se
abría camino hacia su interior, de su boca se escapaba un suspiro sensual que
hizo que su pareja se encendiera y se introdujera dentro de ella salvajemente.
Mientras él la embestía, su lengua jugaba con el cuello de su mujer y ella no
apartaba su mirada de mí. Se sabía observada y eso me estaba excitando.
Se subió su camiseta y el sujetador,
dejando sus pechos pequeños al aire, con unos grandes pezones ideales para
morderlos. Levantó sus brazos por encima de su cabeza, invitándole a que se los
comiera y le diera el placer completo.
Las embestidas hacían que el árbol
se moviera, haciendo que el placer que ella estaba recibiendo se mezclara con
el dolor de chocar contra el tronco. Se notaba que le encantaba y que ese árbol
ya había vivido esa situación más de una vez.
Ella lo apartó, se dio la vuelta y
agachándose sin doblar las rodillas, bajó —del tirón— su pantalón y braguita y,
en esa posición, dejando su culo al alcance de él, dijo.
—Ya sabes lo que tienes que hacer.
Con la saliva lubricó su ano e
introdujo su polla lentamente, hasta hacer el espacio suficiente para disfrutar
del sexo anal. Las embestidas eran muy pausadas pero la dureza con la que él la
penetraba hacía que ella gritara de placer pidiéndole más, que no parara. Él
estaba ardiendo de pasión. Tenía sus manos apoyadas en la cadera de ella,
dejándole la marca de los dedos en su piel. El animal que llevamos dentro se
había apoderado de su cuerpo.
—Voy a explotar, ¡jodeeer!—gritó
apoyando sus manos contra el tronco para hacer más fuerza en la embestida que
recibió, inclinando su cabeza hacia arriba.
Había explotado en el culo de ella
dejándolo exhausto, sin apenas fuerzas y con su respiración acelerada, fruto
del ejercicio de placer que acababa de disfrutar.
Aquel día no tuvimos más relaciones,
aunque hemos repetido en otras ocasiones. Pero eso, ya os lo contaré otro día.
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