Terraza con vistas.
No todo el mundo tiene la
posibilidad de tener una vivienda en la playa para las vacaciones. No todo el
mundo tiene la capacidad de tener un barco para poder disfrutar de los días de
ocio. Pero, sí todo el mundo, tiene la oportunidad de buscar las maneras para
que las noches veraniegas sean disfrutadas al máximo.
Es el caso de mis nuevos amigos —esta pareja—, se acababan de comprar un piso con toda la
ilusión del mundo y como sabéis es un gran desembolso. No solo, el comprar la
vivienda, sino el acondicionarla y ponerla al gusto de cada uno. Por este
motivo, ese año decidieron no ir de vacaciones a ningún sitio, aunque esto no
les impidió disfrutar de su piso, del verano y de ellos mismos.
Contactaron conmigo para estrenar su
hogar por todo lo alto. Querían que la inauguración fuera algo que no olvidasen
jamás. Ya habían tenido experiencias con terceras personas y no les gustó en
algunos casos —hasta los defraudaron—, así que decidieron ir a tiro hecho y
acudieron a mí.
Cuando entré en su hogar —poco antes
de medio día—, no podía imaginar la grata sorpresa que este guardaba. Me
enseñaron toda la vivienda, como es habitual hacer cuando tienes invitados en
casa, aunque lo mejor, lo dejaron para lo último.
Nos sentamos un rato en el sofá a
charlar tranquilamente y nos tomamos una cervecita. Algo que me encanta cuando
voy con mis amigos sensuales, para romper el hielo.
Me dio la sensación de que me
estaban evaluando, cosa normal, conociendo sus experiencias pasadas. Tuve que
pasar el filtro cuando me dijeron que íbamos a ir a comer. Me extrañó cuando vi
que cogían cosas de la cocina y en lugar de dirigirse a la puerta principal,
pasaron por una entrada lateral que yo creí que daba al lavadero.
—Venga, vamos para arriba —dijo
ella.
Desde esa puerta, se accedía a una
escalera metálica que llevaba a la parte de arriba. Aquí estaba la sorpresa del
piso. La parte de arriba era una terraza espectacular, con unas vistas
maravillosas de 360º y sin la mirada indiscreta de cualquier vecino chismoso.
Además, la tenían muy bien preparada para disfrutarla: pérgola, hamacas,
barbacoa, nevera para las bebidas…
—De vacaciones no nos vamos a ningún
sitio, pero tampoco nos hace falta teniendo este pedacito de paraíso.
Comenzamos a comer. Nos tomamos
nuestro cafelito, varias copas y terminamos viendo una estupenda puesta de sol.
Aquel momento idílico y romántico hizo que se desbocaran los instintos más
primarios que tenemos dentro.
En un primer momento, ellos se
abrazaron mirando la puesta de sol y se besaron con ternura. Se volvieron a
besar, una segunda vez y, al tercer beso de amor, se paró el tiempo y se
quedaron mirando. Sus miradas cambiaron. Pasaron de ser tiernas a lujuriosas.
Dejando ver qué era lo que ambos deseaban; desfogar todo el calor que llevaban
dentro. Sus besos apasionados se caracterizaban por el juego de lenguas y las
mordidas de labios. Esos mordisquitos del labio inferior que duelen, no quieres
que acaben, te excitan y te llevan al siguiente nivel. Mientras sus labios no
paraban de besarse, sus manos no cesaban. Las de él, agarraban firmemente la
nuca y el culo de ella, atrayéndola hacia él, mientras las de ella, lo
intentaban —a duras penas—, ya que la ansiedad del momento hacía que no
acertara con los botones y las cremalleras.
Dejó ver el cuerpo de su marido a
excepción de su bóxer, no se lo
quitó. Se agachó y empezó a jugar con su miembro por encima de la tela. Lo
acariciaba, lo chupaba y lo mordía. Ella jugaba a ponerlo a mil, se notaba
quien mandaba en aquel momento. De cuclillas, desnudó por completo a tu marido
y apoyó su espalda contra la pared.
—Ya sabes lo que me gusta —dijo
ella.
Acto seguido, él introdujo el
miembro en su boca mientras agarraba el cuello de ella fuertemente. No se
dejaba nada fuera. Cada vez que se la metía, llegaba hasta los límites de la
física. Era lo que más le excitaba a ella, su cuerpo la delataba y hablaba por
sí solo. Los brazos abiertos decían que estaba dispuesta a que le hiciera lo
que quisiera. Las uñas intentando rayar la pared, decían que cada vez quería
más, hasta que no pudo más. Bajó sus manos a la entrepierna y empezó a jugar
con sus ingles para acabar masturbándose tan solo como ella sabe. Escena
salvaje donde las haya.
Tras un buen momento de disfrute
oral, lo empujó apartándolo de ella, se incorporó y lo tiró a una de las
hamacas. Se colocó delante de él y desabrochó lenta y sensualmente los botones
de su vestido ibicenco, dejando ver su picardía blanco.
—¡Dios! Sabes que me encanta verte
con ese conjunto.
Lo tenía todo preparado. Ella era la
que mandaba. Todo bajo control.
Se subió encima de él, mirándolo y,
sin ningún tipo de miramientos, se la introdujo hasta el fondo. El pene estaba
bien lubricado, ya se había encargado ella y su zona del deseo, también estaba
empapada. No cabalgaba, no botaba encima, simplemente erguida sobre él
—luciendo su modelito—, movía su cadera adelante y atrás. Comenzó de una forma
suave y sensual, pasando a realizar ese movimiento de forma bestial, juntando
el placer con el dolor, aunque ese pequeño dolor, les ponía mas cachondos si
cabe.
De repente, se levantó, se dio la
vuelta y dándole la espalda volvió a introducirla. Esta vez su cuerpo estaba en
paralelo a las piernas de su marido, haciendo que, además de sentirlo dentro de
ella, su clítoris se rozara con los huevos de su esposo. En esa posición, ya sí
podía verme, así que no apartó su mirada de mí. Sus ojos me decían que estaba
encantada de que mirara su obra de arte. Esos movimientos lo volvían loco, con
sus manos en el culo de ella.
—O paras o ya sabes lo que va a
ocurrir. ¡Para! ¡Qué me corro! ¡Para! ¡No aguanto más! —dijo él.
Ella desoyó las súplicas de su
marido. Así que él no pudo más y explotó dentro de ella, gritando de placer
como un animal en celo. Ella seguía mirándome y su cara decía: «Mira lo que soy
capaz de hacer».
Ese fue el comienzo de la noche, en
otro momento, os cuento el resto.
Dadle Visibilidad a
Vuestros Deseos
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