Dura en tu holgura
Es verano y, como todos sabemos, a
las fiestas y a la diversión hay que añadirle que, en esta época del año,
estamos más desbocados en lo que a nuestras relaciones se refiere.
Este es un relato propio, igual que
mis amigos sensuales quieren que
cuente sus historias, a mí me gusta también, ese punto de exhibicionismo que
hace que sea aún más excitante.
Fui a las fiestas de una localidad
muy pequeña, cercana a mi ciudad. Esas fiestas patronales, tan habituales en
esta época del año. Tan cercana que, a pesar de no conocer a ningún autóctono,
no paré de saludar a la gente. Todos nos conocíamos, hasta parecíamos familia.
Terminar pidiendo en la barra, hablando con unos, con otros. Invitar a unos,
que te inventen otros…, en fin, algo típico de estas fiestas.
Todo transcurría en un rico jolgorio
y tras escuchar El paquito chocolatero y Mi carro me lo robaron, me fijé que,
entre un grupo de personas que estábamos bailando y disfrutando de la noche,
hizo aparición…, ella. Una muchacha maravillosa con el pelo rizado, los ojos
verdes intensos, una sonrisa embriagadora y un cuerpo perfecto para mí. Lo
llevaba cubierto con uno de esos vestidos largos —hasta los tobillos—,
abotonados y fresquitos, que se le ceñía como un guante a su piel dejando a la
imaginación sus curvas perfectas. Hasta el escote —bastante generoso— estaba
estratégicamente situado en el límite de la decencia y la imaginación más sexy.
Al parecer, pertenecía a una familia
de esa localidad, pero no residía allí, así que fue a disfrutar del momento con
sus allegados. Como allí parecíamos familia, tardamos poco en coincidir en una
conversación y poder presentarnos formalmente. Aunque sea un sinvergüenza en
determinadas lindes, no quita que la educación siempre vaya por delante.
Comenzamos a charlar de todo y de
nada. Quería hacerla reír y creo que lo conseguí, aunque podría ser que fuese
ella la que me hiciera caer en su trampa pensando lo contrario. Las
conversaciones eran cada vez más personales, la distancia entre ambos iba desapareciendo
y la desconexión del resto del grupo, cada vez se hacía más evidente, por las
dos partes. Empezaron a verse detalles por los dos que hacían pensar que ambos
deseábamos estar juntos: un jugueteo de pelo, un pequeño roce por aquí, una
pequeña caricia por allí. Se nos pasó la noche, disfrutando los dos de nuestra
compañía.
Se empezó a hacer tarde y entonces
creí morir y revivir en un mismo instante cuando dijo:
—Se hace tarde, así que me voy, me
lo he pasado genial contigo.
Me quedé totalmente sorprendido.
Pensé que habíamos tenido feeling y
que no era para una despedida así de tajante. Me quedé mudo.
—Vamos, acompáñame a casa —dijo
mientras me tendió su mano para que la cogiera.
Ahí, volví a renacer después de
sufrir una muerte sentimental total y absoluta.
En su casa, nos tomábamos una última
copa, manteniendo las mismas conversaciones divertidas de toda la noche. En un
momento, se levantó, me cogió de la mano y sin mediar palabra me llevó a su
habitación. Se acercó a mí de forma sensual, comenzó a desabrochar los botones
de mi camisa, me miró con esos ojos verdes tan profundos y creí caer en un
hechizo que me dejaba a su entera voluntad.
Besé sus labios carnosos y
pecaminosos de color rojo carmesí, que hacían que no pudiera pensar en otra
cosa que no fuera ella. Me quitó la camisa y me bajó los pantalones mientras
nos besábamos. Cuando me dejó en bóxer,
mi miembro ya se hacía notar por encima de la tela. Ella lo miró, me colocó
frente a su cama y de un empujón me tiró a ella. De pie, enfrente de mí, se
quitaba uno por uno, de forma muy lenta y seductora, los botones del vestido
que hacían intuir las curvas de pasión que dejó ver cuando lo tiró al suelo. Su
sujetador y tanga iban a juego, de color blanco, con un encaje tan fino que
dejaba ver a través de ellos. Siguió quitándose la poca ropa que le quedaba.
Primero el sujetador, destapando sus pechos turgentes y firmes que poseían unos
pezones totalmente erectos y perfectos para mis labios. Siguió con su minúsculo
tanga de hilo que, tras desencajarlo de sus partes más ricas, lo dejó caer al
suelo con un simple movimiento de cadera. Se colocó de forma felina encima de
la cama hasta llegar a mi bóxer y me
lo quitó de forma rápida y directa, dejando ver mi sexo. Ahora jugábamos en las
mismas condiciones. Lo acariciaba mientras me miraba directamente. Cuando ella
lo creyó oportuno, comenzó a lamerlo, a besarlo y a chuparlo. Creí estar en el mismo cielo. Se lo introdujo
en la boca y lo ensalivó para que el movimiento de su mano, subiendo y bajando,
no tuviera ningún tipo de resistencia. De su boca salían, pequeños suspiros de
placer que hacían que no pudiera evitar los míos por estar disfrutando de aquel
momento.
Decidió que era suficiente y se
subió encima de mí, llegando a la altura en la que mi capullo y su clítoris se
rozaban. Movía la cadera para que no pararan de tocarse, impidiendo que hubiera
cualquier tipo de penetración. Quería ponerme a mil, antes de que pudiera
sentir su interior. Su hechizo hizo que estuviera a su merced, siendo
totalmente sumiso a sus placeres. Paró, me miró y abriendo la boca lo
suficiente como para soltar todo su aliento, se la introdujo. Sentí todo su
calor y su humedad, noté como ella estaba igual de cachonda que yo en aquel
mismo instante. Una vez ella se acomodó y se sintió a gusto conmigo dentro,
comenzó a cabalgar. Sus lindos pechos eran la única visión que quería ver en
aquel momento. No dejó de tocárselos,
pellizcarlos y lamerse sus pezones. Yo agarraba fuertemente su cadera para
atraerla con más fuerza hacia mí cuando bajaba de la cabalgada. Se echó hacia
atrás y colocó sus pies junto a mis brazos, pudiendo ver cómo me introducía
dentro de ella en medio de tanta humedad. Me encantaba sentir su interior y que
mis testículos estuvieran atrapados entre sus nalgas. Sin mediar palabra, se
colocó a cuatro.
—Quiero que me lo hagas por el culo.
Fóllamelo, mientras me toco.
No dudé un momento en no cumplir
cada uno de sus deseos y así lo hice. Me incorporé, me acerqué a ella y comencé
a rozar mi punta en su ano, lo ensalivé y muy lentamente, fui metiéndola, poco
a poco, hasta hacer holgura para la penetración más dura. Una vez ya entraba y
salía de ella con fluidez, comenzó a tocarse y jugar con su clítoris. Los
empujones cada vez eran más duros, más intensos, sus gritos eran más fuertes,
mis suspiros más largos.
—Me voy a correr y quiero que tú lo
hagas dentro de mí. Que nos corramos juntos.
Su embrujo hizo también que nos
sincronizáramos en ese aspecto puesto que cuando yo la avisé de que iba a
explotar ella estaba deseando también hacerlo. Los gritos de placer se
escucharon en todo el vecindario, no nos dejamos nada dentro, hasta desplomarnos
los dos en la cama exhaustos.
Esa noche se hicieron más cosas,
pero aquel fue un comienzo fantástico.
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