Blancanieves.
Esto me sucedió con esta pareja de amigos. Me llamaron para que les
visitara en su casa y con gusto acudí. Cenamos y tomamos vino mientras
manteníamos una larga conversación muy enriquecedora. De una manera fluida y
natural, la pareja, que cada vez se excitaba más entre sí, decidieron subir a
su habitación —la cual parecía una suite
lujosa de un hotel de alto standing—.
En aquella estancia, había espacio más que suficiente para hacer prácticamente
de todo, en cualquier lugar: baño espectacular, gran vestidor, mesa de
escritorio, cómoda, balcón, sillón rinconero… Como una noche de pasión no es
solo llegar al culmen, esta pareja se excitó por cada rincón de aquella
estancia. Aunque esta historia no vaya de todas las cosas que se hicieron en
aquella habitación, sí quiero resaltar la escena de película Disney que tuvo
lugar en ella. Más concretamente, la de Blancanieves.
Las horas pasaron y la pasión y la
lujuria llenó aquella habitación por completo, hasta el punto de que los
cuerpos quedaron rendidos en aquella cama, testigo de todo el placer concedido.
En un pequeño descanso, él se durmió exhausto. Mientras ella y yo charlábamos
tranquilamente. Me encontraba sentado en la butaca —como hice durante gran
parte de la noche— y ella desnuda en su cama —con pose de musa—, la cual pintó
el mejor de los pintores del realismo.
Su cuerpo no era para menos. Pelo
largo y ondulado —aunque en ese momento estaba enmarañado por la noche
transcurrida—, ojos negros, labios carnosos, pechos hechos para pecar
—definidos y turgentes—, de pezones rosados, cinturita de avispa, caderas anchas
con un precioso culo respingón y unas piernas que te llevan directamente a la
locura.
Durante nuestra charla, no dejaba de
mirar el miembro de su pareja, el cual, se encontraba dormido junto a ella boca
arriba.
—Lo siento, no puedo evitarlo —dijo.
Y comenzó a acariciar y a frotar el
pene mientras seguíamos hablando.
La reacción del miembro a aquellos
tocamientos no tardó en llegar. Comenzó alargando su tamaño, ensanchando sus
dimensiones y erigiéndose hacia ella. Ella no tardó en acercar sus labios
jugosos y comenzar a jugar con su lengua. Rozaba el glande con sus labios
mientras acariciaba el escroto de su marido con su mano. En todo momento,
manteníamos nuestras miradas unidas y la conversación proseguía, en los
instantes en los cuales no tenía la boca ociosa. Una vez estaba bien lubricada,
se subió encima, dándole la espalda a él y de cara hacia mí, puso las rodillas
en la cama y se la introdujo de forma lenta y suave. Me dejó ver su cuerpo en
todo su esplendor, mientras que subía y bajaba, sintiendo a su marido dentro de
ella. Se agarraba los pechos con fuerza y pellizcaba sus pezones, haciendo que
su piel se erizara y enrojeciera del placer que estaba sintiendo —por el fuego
dentro de ella y por mi mirada—. Dejó de cabalgar y deslizó su cadera encima de
él, haciendo que su clítoris se rozara con sus testículos. Sus gemidos
empezaron a aflorar de su boca, cual susurro de un secreto dicho al oído. De
pronto, las manos de su marido la agarraron por sus caderas y las apretó contra
él. Los gemidos, se volvieron gritos. Volvió a empezar a cabalgar, pero esta
vez con más fuerza, como si intentara que llegara hasta el fondo de su ser. Su
sonido era enloquecedor. La zona donde se unían sus cuerpos estaba tan mojada
que sonaba como una palmada en el agua.
—¡No pares, no pares, no pares!
—gritó.
Los espasmos de su cuerpo delataron
el clímax al que había llegado y sus pezones erizados parecían que se escaparan
de su cuerpo. Lejos de acabar, siguió deslizándose encima de su marido hasta
que él empezó a empujarla hacia arriba.
—No puedo más —gritó.
Ahí terminó la magia de
Blancanieves, por el momento.
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