Condúceme al placer
Dicen que: «La primavera, la sangre
altera», pero poco se habla del verano. Es una época donde nos relajamos,
conocemos a otras personas, nos divertimos y damos rienda suelta a nuestros
deseos más íntimos, por todos los rincones posibles.
Esto es lo que sucedió con una
pareja de jóvenes. Se conocieron a finales de junio, estando de vacaciones en
la playa, viviendo juntos el verano, con muchísima intensidad.
Todo esto —como es normal—, me lo
contaron cuando acudí a su llamada, mientras tomábamos la cervecita de rigor,
en el chiringuito de la playa. La conversación fue amena, divertida y muy
madura, cosa que me sorprendió, ya que no estoy acostumbrado a que gente tan
joven tenga la cabeza tan bien amueblada. Esto nos llevó a que se alargaran las
cervezas.
—Somos personas muy activas y con
muchas inquietudes. Tenemos un alto nivel económico, lo cual nos ha permitido
realizar muchas fantasías, pero no queremos parar y realizar más —dijo.
Una de esas fantasías era la de
tener relaciones sexuales y que les vieran.
—Estando en la playa con tanta gente
alrededor, esto no es un problema. Podríamos hacerlo dentro del mar y así
habría muchas personas que se podrían dar cuenta y os observarían —dije.
No querían hacerlo de esta forma ya
que, no pretendían ofender a nadie. No buscaban que, hacer realidad su
fantasía, ocasionara ningún malestar o que cualquier persona pudiera reaccionar
de una forma indebida. Este fue el motivo por el que contactaron conmigo, para
poder dar rienda suelta a sus instintos en un ambiente controlado.
Decidieron terminar con la
conversación y pasar a la acción. Llevaban varias horas sin tener relaciones y
se necesitaban mutuamente. Durante la conversación no paraban de rozarse
sensualmente, besarse y de lanzarse miradas picantes. El nivel de las ganas que
se tenían estaba ya en unos límites insospechados, aunque estaban contenidos.
Nos montamos en su coche y nos
dirigimos a la casa familiar de él, donde veraneaban todos los años, aunque en
esta ocasión, solo había venido él. En el corto trayecto, me fueron comentando,
las cosas que habían hecho en todas las dependencias de la pequeña casa —era una vivienda de gran lujo—: en la piscina, en el
jardín, en la barbacoa, en la cocina, en los baños, en el jacuzzi, en la azotea, en las habitaciones. De esta forma, de
aquella otra. Con este juguete para ella, con este otro para él, lubricantes…
Estaban esperando que les llegara un columpio sexual que habían encargado. La
vigorosidad de la pareja no estaba en tela de juicio.
Al llegar, se abrió la puerta del
garaje privado, entramos con el coche y al bajarnos, él —como buen caballero—,
se bajó primero para abrirle la puerta a ella y se acabó la tranquilidad. Antes
de que ella se terminara de bajar del coche, ya se estaban besando
apasionadamente. Él, con sus fuertes brazos esculpidos en el gimnasio, le
agarraba del pelo con una mano y con la otra le apretaba el culo hacia él.
Parecían querer comerse. Ella no se quedaba atrás. Le abrió la camisa, sin
desabrochar ningún botón, dejando al descubierto su torso definido y bronceado
por el sol. Mientras jugaban con sus lenguas en sus cuellos, las uñas de ella
recorrían toda su espalda atlética, dejando incluso rastros de sangre en algún
momento, algo que no consiguió que se inmutara. No hizo ningún gesto de dolor.
Ella lo empujó, alejándolo. Se quedaron inmóviles por un instante, mirándose
fijamente a los ojos y sus caras reflejaron lo que pasaría a continuación. Se
arrodilló delante y sin ningún tipo de delicadeza le bajó los pantalones,
comprobando que no llevaba ropa interior.
Aquel miembro ya estaba erecto, no
tuvo que tocarlo para introducirlo directamente en su boca. Se lo metió hasta
el fondo para poder generar más saliva y que la lubricación no faltara en
ningún momento. Abría su boca jugosa, y se la metía hasta el fondo ayudándose
de sus manos puestas en el culo de él, atrayéndola hacia ella. Cuando más al
fondo la tenía, sacó su lengua para poder jugar con los huevos. Él no paraba de
suspirar como si fueran los últimos días de su vida. Sus manos agarrando la
puerta y el techo del coche. Parecían querer levantar el auto entero. Por un
momento, dejé de verlo como una persona y comencé a mirarlo como el animal que
llevamos todos dentro en lo más profundo de nuestro ser.
En un arrebato, la apartó de él, la
levantó, le dio la vuelta poniendo sus manos en el cristal de la ventanilla
trasera, le levantó el vestido playero de lino —ella tampoco llevaba ropa
interior—, e introdujo hasta el fondo su verga sin ningún tipo de consideración.
—Así animal —gritó al sentirla tan
honda.
Ella tiene un cuerpo precioso,
menudito y muy bien proporcionado, pero parecía más pequeño aún junto al cuerpo
de él, tan grande y musculado. En algunas de las embestidas, incluso levantaba
los dos pies del suelo, algo que hacía que gritara aún más. Los gemidos eran
escandalosos y hacían que él más se afanara en introducirse dentro de ella.
—Quiero que te duelan los huevos de
rebotar en el culo —gritó.
La agarró, la tumbó en el asiento
del copiloto, como si fuera una almohada —ya que la puerta del coche no llegó a
cerrarse—, le levantó las piernas y se las encajo en el techo, para volver a
metérsela sin ningún tipo de consideración. Él se inclinaba más hacia ella, su
flexibilidad era de admirar en aquella situación. Quería besarla, sin
importarle cualquier tipo de obstáculo que hubiera de por medio. Dejó su pecho
al descubierto, pudiendo ver sus pequeños pezones que se notaban duros como
piedras. Los lamía, les escupía y los mordía por igual, gesto que hacía que
ella se retorciera de placer. La cogía de la cabeza para acercarla más a él y
así no dejar de morderla, aún con las piernas entre los dos cuerpos.
—No puedo más, me voy a correr, ven
y chúpamela —dijo.
Ella se incorporó y chupó con el
ansia habitual del momento previo a la explosión. Él le agarró la cabeza,
arqueó su cuerpo hacia atrás y descargó cada gota de su ser.
Como he comentado antes, son muy activos sexualmente, por lo que las veces en las que volvimos a coincidir, las contaré en otro momento.
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