Tremenda rasurada ente ti

Tremenda rasurada ante ti

Como siempre digo, los placeres no tienen límites y cada uno tiene los gustos que tiene.

En esta ocasión, contactó conmigo una encantadora mujer, la cual no cumplía con los estereotipos de cuerpo perfecto actuales, pero tenía un cuerpazo. Su sensualidad y su mentalidad hacían volverse loco a cualquiera.

Cuando nos vimos en persona me comentó que quería que fuésemos a tomarnos una cervecita para conocernos mejor, a lo cual no opuse ninguna resistencia. La conversación era amena, inteligente y muy abierta; era una de esas personas con las que te sientes a gusto hablando de cualquier tema. Me contó —sin tapujos y con gran naturalidad— qué le gustaba en la cama, lo que le encantaba que le hicieran y lo que le apasionaba hacer.

Tras varias rubias, con el hielo ya roto, y tras confesarme que a ella la depilación de sus partes íntimas, le resultaba muy sensual, me invitó a ir a su casa.

—Es una lástima, que no le sepamos sacar partido a esa situación —dijo,

Nunca había tenido espectadores en ese momento, ni siquiera con sus parejas.  Actualmente estaba separada y opinaba que una situación tan morbosa no podía dejarse escapar y menos aún, no hacer nada para que fuera más divertida. De ahí, que la denomine como una experta en el sexo y una amateur, en el mundo voyeur.

—Acompáñame —dijo mientras me cogía de la mano.

Subimos las escaleras de su adosado, llevándome al espectacular baño de su habitación.

—Me gustan las cosas bonitas —dijo riendo al ver mi cara de asombro.

Había un jacuzzi, una bañera y un enorme plato de ducha con las mamparas totalmente transparentes. Dentro del plato de ducha tenía un asiento muy bien preparado para la higiene personal.

—Quiero que veas cómo me depilo el coño.

Me acomodó en un silloncito que había dentro del baño, frente al plato de ducha. Comenzó a desnudarse muy poco a poco. Empezó a desabrochar —muy lento— los botones de su camisa, sin apartar sus ojos de mí. Su lencería roja, se dejaba entrever sin llegar a mostrarse. Se dio la vuelta, dándome la espalda, para bajarse los vaqueros ceñidos, moviendo de manera sensual sus caderas, para así facilitar que los pantalones se deslizaran por su precioso culo, dejando ver su sexi braga culote, a juego con el sujetador.

Se volvió hacia mí, con una cara que expresaba una sensualidad extrema —sin llegar a ser vulgar—. Ese punto intermedio entre señora y diablesa. Se abrió la camisa, dejándola caer al suelo, mostrándome su cuerpo en lencería fina. El espectáculo fue maravilloso. Yo estaba totalmente excitado por las vistas.

—Veo que te gusta lo que ves —dijo de la forma más sensual que he escuchado en toda mi vida.

—Sí, mucho. Tienes la combinación perfecta de cuerpo y sensualidad.

—Me alegro que te guste.

Se notaba que estaba disfrutando que la estuviera mirando, y más aún que mi reacción al verla fuera la de estar totalmente excitado.

Para quitarse la lencería, repitió operación, movimientos muy lentos y jugando con el sujetador antes de dar rienda suelta a esos pezones erizados. Para quitarse el culote, se puso de perfil hacia mí, no dejándome ver su intimidad ni de frente ni por detrás. Estaba jugando a te lo enseño, no te lo enseño. Recreándose con mi mente y mi deseo. Se colocó enfrente de mí, acariciando su cuerpo. Se veía que se gustaba a sí misma por sus movimientos y caricias, ya que estaba totalmente erizada y no porque hiciera frío. Los dos estábamos ardiendo.

Por fin, me dejó ver su pubis frondoso, razón por la cual estábamos los dos allí. Entró en el plato de ducha y el agua recorrió toda su piel —un momento espectacular—. Nada tenía que envidiar a cualquier película erótica de los ochenta. Época álgida de la sensualidad en el cine para adultos. Se sentó en el asiento de la ducha y con la alcachofa se mojaba todas y cada una de las partes de su cuerpo: su cuello, sus pechos los cuales frotaba con delicadeza. Más que lavarse, se rozaba y excitaba como ella bien sabía hacer. Conocía todos y cada uno de los rincones de su piel y no le hacía falta mirar por dónde tocaba. Solo me miraba con ojos de deseo infinito. Siguió bajando hasta llegar a su bella frondosidad, interponiendo la alcachofa entre ella y yo para no dejarme verla en todo su esplendor. Le excitaba más hacerme sufrir de deseo que el que la viera por completo.

Se enjabonó, lenta y delicadamente, aunque más que enjabonarse, estaba masturbándose. Sus labios no tardaron en hacerse notar y su color rosado resaltaba entre el negro frondoso. Cortó el agua y comenzó a depilarse, pudiendo escuchar el sonido tan característico de la cuchilla al rasurar el vello. Cada toque de cuchilla hacía que se le escaparan suspiros de excitación. Apartaba sus labios de un lado a otro para poder realizar un buen trabajo.

—¿Te sigue gustando lo que ves? —preguntó abierta de piernas.

—Más que antes. Se me nota lo cachondo que estoy —respondí.

—Me encanta.

Llegó el momento del aclarado. Dejó ver su intimidad con una pequeña hilera, pareciendo indicar la dirección que hay que tomar. Tras enjuagarse, sus tocamientos no cesaron, hasta el punto de no poder aguantar más e introdujo sus dedos dentro de ella.

La sensualidad era su marca de identidad y hasta, en ese momento, no dejó de tenerla.  Cada vez introducía más profundo sus dedos, intercalando la penetración con el roce de su clítoris húmedo y bien jugoso. Sus gemidos, se escapaban de su boca casi sin querer, sus ojos eran puro deseo, su otra mano no paraba de pellizcarse los pezones, complemento perfecto para su increíble masturbación. Sus movimientos se aceleraron fruto de la proximidad del éxtasis, sin perder en ningún momento su delicadeza y señorío. Sus dedos introducidos se simultanearon con su pulgar jugando con el clítoris a la vez, abriendo la boca y echando la cabeza hacia atrás. Ya no podía más, su cuerpo, no paraba de moverse debido a los espasmos incontrolables que sufría por la explosión de placer que sintió.

Cuando pudo recuperar el aliento, volvió a clavar su mirada en mí.

—¿Ves cómo hay que aprovechar mejor el momento de la depilación? Es la primera vez que lo hago delante de una persona, me alegra que seas tú y te adelanto que no será la última vez que lo hagamos.

Tengo que darle la razón, con qué facilidad, podemos convertir un acto totalmente cotidiano y rutinario en un momento de placer y sexo.





 

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