Corazón de vello púbico.
Contactó conmigo un matrimonio
precioso, que comenzaba su segunda juventud y no lo digo por su edad, sino
porque sus hijos ya estaban en la universidad. Tenían más tiempo para ellos y
estaban deseando volver a dar rienda suelta a la fogosidad que tenían dentro.
Habían hecho casi todo en los
lugares más insospechados, aunque aún no habían pasado la barrera de compartir
su intimidad con una tercera persona y pensaron en mí, como un buen comienzo.
Llegué a su vivienda y aunque ambos
eran encantadores, se notaba nerviosismo por parte de los dos.
—¿Cómo lo hacemos? ¿Cuál es el
protocolo? —preguntó él.
—No os preocupéis, si es lo que
queréis, esto sale solo. Lo único que necesitáis es relajaros —dije con una
sonrisa socarrona.
Acto seguido, el marido se fue y
apareció con varias botellas de vino.
—Esa es la actitud —dije y reímos.
Entre copa y copa y mientras
conversábamos, ellos, se acercaban y se tocaban. Un roce por aquí, una retirada
del pelito de la cara, una caricia en el hombro por allá… Coincidieron sus
miradas, en esas en las que se para el tiempo. Sus labios se acercaron
lentamente, como la típica película romántica americana, donde él la lleva a
casa después de una cena maravillosa y se despiden en la puerta con un beso
tierno entre suspiros. Así es como empezó, otra cosa es como acabó.
Mientras se besaban, él acariciaba
lentamente el cuello de su esposa, se notaba el amor entre ambos. Pero todos
sabemos que el amor es una de las maravillosas puertas de entrada a la pasión y
al deseo más profundo de nuestro ser. Este, no tardó en aparecer. Ella se subió
a horcajadas encima de su marido y sus besos dejaron de recordar a la película
romántica. Nunca había visto tal aceleración del deseo. Pasaron de los besos
más románticos a la escena de sexo más típica de cualquier película porno.
Ella tuvo la iniciativa, pero no
quiere decir que controlara la situación. Se notaba que le excitaba que su
marido la dominara en el sexo. Aunque ella se encontraba con la falda subida
encima de su esposo, era él quien la agarraba, le cogía el pelo con autoridad y
le mordía los labios. Su lengua empezó a descender por su cuello, sus dientes
apretados y su respiración acelerada, hacían ver lo encendido que estaba
teniendo a su esposa deseosa de placer. Su boca llegó a sus pequeños senos y su
lengua salivada, empezó jugando con aquellos pezones erguidos y duros como
piedras. Ella arqueaba su espalda ofreciéndole todo su cuerpo para que su
esposo hiciera con ella lo que quisiera.
Con su esposa entre sus brazos, se
levantó y la tiró al sofá. El grado de ansiedad ya era sobrecogedor; era
naturaleza pura. Se miraban fijamente a los ojos mientras él deslizaba sus
manos desde sus pies hasta las rodillas. En un momento, separó las piernas de
su bella esposa, dejando al descubierto que no llevaba ropa interior. Su zona
más íntima —totalmente depilada— estaba preparada para recibir a su marido.
Tenía formado un corazón con su vello púbico. Deslizó su boca hasta encontrar
los labios íntimos y húmedos de su mujer. Su juego de lengua, hacía que el
cuerpo de ella se estremeciera. Los gemidos no eran para nada disimulados, le
estaba encantando y no podía reprimirlos.
—¡Para! O me voy a correr —gimió
ella.
Él no sacaba su lengua de su vagina,
jugaba de una forma delicada pero firme con su clítoris, lo ensalivaba con su
lengua, lo besaba, lo chupaba y la movía alegremente variando la velocidad. Se
notaba que sabía lo que hacía y lo que le gustaba a su mujer; su control.
—¡Para! ¡Por favor! Me voy a correr
y no quiero que sea tan pronto.
—Córrete ahora en mi boca, no va a
ser la última vez, me queda mucho aún para acabar contigo.
Estas palabras hicieron que ella
explotara dándole toda su humedad. Sus gritos retumbaron en toda la casa.
Apartó a su marido, le hizo ponerse de pie y mientras le desabrochaba el
pantalón, me miraba de reojo, dándome la sensación de que su timidez estaba
luchando contra su excitación. Cuando introdujo la polla de su marido en su
boca, sin ningún miramiento, su mirada se clavó en mí sin apartar sus ojos en
ningún momento. Se acabó la lucha…, ganó el sexo.
Se notaba que se habían explorado
muy bien durante estos años, ya que la reacción de su marido era la de mirar
hacia arriba con las manos en la cara. Ese momento en el que sientes una mezcla
de desesperación y placer. Placer por que te encanta y desesperación por que
ese gustazo te lleva a que quieras hacer otras cosas. Él la volvió a agarrar
como a una muñeca. Hizo que apoyara sus manos en el respaldo del sofá estando
ella de rodillas en el mismo, le levantó el vestido y no tardó en introducir su
polla dentro de ella.
Ya no existía rastro alguno del
cariño con el que empezó todo, ahora todo era sucio y salvaje sexo. Las
embestidas del marido hacían que ella no pudiera separar su cara del respaldo
del sofá aunque parecía encantada con ello.
—¡Más fuerte, más fuerte, rómpemelo!
—decía mordiendo el respaldo—. Me encanta que me reboten, me encanta que me
reboten, empótrame más —continuó diciendo.
No podía creer que a esas alturas de
la vida, el sexo pudiera seguir siendo igual de salvaje que cuando tenían
veinte años.
—Voy a llenarte entera.
—¡Dámelo, dámelo! Relléname de
leche.
Esas palabras hicieron que él
actuara de una manera más salvaje. Aunque él controlaba lo físico, ella era
capaz de controlar la mente de su marido. Compenetración total.
Sus movimientos empezaron a ser más
espasmáticos, por lo que indicaba que la explosión había tenido lugar. Pero,
aunque él había terminado dentro de
su esposa, la empotrada no paraba. Siguió empujándola, de forma más lenta y más
fuerte. Ahora estaban en igualdad de condiciones.
La actuación continuó, pero eso os
lo contaré otro día.
Dadle Visibilidad a
Vuestros Deseos
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