Horas extras
Hay veces que, al igual que
vosotras, me gusta exhibirme contando mis vivencias. Me excita recordar las
relaciones sexuales alocadas y salvajes.
Esta vez, se trata de una historia
con un comienzo normal, monótono y cotidiano, pero con un final apoteósico.
Viernes, medio día. Terminamos el
trabajo y fui a tomar un vinito con los compañeros. No había nada distinto a
cualquier otro viernes. Tomábamos los vinos comentando la semana. Al fin,
pasamos a las copas, momento en el cual empiezo a preocuparme, pues mi
desinhibición empieza a ser total. Pierdo la poca vergüenza que, en algún
momento, haya tenido.
En la terraza del bar, un grupo de
mujeres empresarias estaban en su cena de negocios. Entre ellas, una
espectacular. No era muy alta, de pelo largo y negro, con ojos y sonrisa,
radiantes. Su figura era de carnes prietas, senos turgentes, cintura de avispa,
caderas prominentes y piernas esculpidas para el pecado. Igual de importante es
el aspecto físico que la mente de la persona, cosa que a ella, le acompañaba;
sensual, sin tabúes, libre. No era capaz de quitar los ojos de ella.
Suerte la mía, el feeling fue mutuo. No tardamos en
acercarnos, comenzando las risas y la conexión. El día se convirtió en tarde y
la tarde en noche, pero nosotros allí seguíamos, sin querer marcharnos.
Fuimos a cenar algo, se notaba que
ella esperaba el postre igual que yo. Siempre me han excitado las personas que
tienen muy claro lo que quieren y no dudan en ir a por ello.
—Quiero que me des duro —dijo.
Esta frase la acompañó con un beso
desenfrenado, húmedo y lleno de deseo.
—Coge tus cosas, nos vamos —dije.
A ella, esa decisión por mi parte,
le encantaba. Le gustaban las personas que toman las riendas. Cerca del bar,
estaba mi oficina, por lo que ninguno de los dos valoramos más opciones que la
de la inmediatez para poder sentir nuestros cuerpos.
Al abrir la puerta de mi despacho,
la agarré de la nuca, puse su espalda en la pared y sus brazos por encima de su
cabeza. Comencé a besarla. Sus labios carnosos se hicieron para pecar y yo
pretendía hacerlo. Soltó sus manos y directamente fueron a mi cinturón, que
me quitó con gran agilidad. Desabrochó
el botón del pantalón, bajó la cremallera e introdujo su mano por dentro. Sus
caricias…, aún me excito al recordarlas. Me sorprendió su agilidad para dar
placer con tan poco margen de maniobra. Me tenía tan caliente, que tuve que
apartarla de mí para que no me tocara más. Bajé mis labios hasta su cuello,
deslizándome hasta su canalillo, mientras desabrochaba los botones de su camisa
de seda. Empecé a lamer sus pechos por encima del sujetador, notando la dureza
de sus pezones. Seguí bajando mi boca y mi lengua hasta su ombligo, donde me
entretuve un momento mientras le subía su falda por encima de sus caderas.
—Me tienes mojadísima —dijo.
Suavemente deslizaba mi boca húmeda
por encima de su diminuta ropa interior tan suave que, solo sentía un leve roce
y mi aliento en su intimidad. Rozaba todo el contorno de su braguita, quería
excitarla aún más de lo que estaba. Ella apartó a un lado la tela y me dejó al
descubierto su Monte de Venus, el cual lamí, con pasión y deseo —diría hasta
con ansia—.
Estaba empapado, caliente y
preparado para explotar. Ella no paraba de mover sus caderas como si la
estuviera penetrando. Ese movimiento involuntario que tenemos todos cuando
estamos disfrutando del buen sexo.
—Por favor…, ¡fóllame, fóllame!
—pedía.
No me resistí a su petición. Me
incorporé, levanté su pierna apoyándola en la mesa del despacho, dejé salir mi
polla y la acerqué a sus labios. Los sentí deliciosos, calientes y deseando que
se la metiera. Jugué un poco con ellos antes de entrar, deslizándolos de arriba
abajo, mezclando nuestra humedad y haciendo que ella deseara cada vez más que
la poseyera. Su cadera realizó un movimiento inesperado para mí e intencionado
para ella que hizo que se introdujera mi capullo en su vagina. Se le escapó el
suspiro más sensual que he escuchado en mi vida. Eso hizo que no quisiera jugar
más y se la metí hasta el fondo. Mis huevos toparon con su culo. Había momentos
que parecía que bailábamos por la sincronización de los movimientos de ambos.
Se sentó encima de mi mesa, se abrió de piernas de tal forma que sus tacones se
apoyaron en el borde y hacía que la panorámica —aún con las bragas puestas—, me
calentara más. No paraba de introducirme en ella. Se recostó sobre la mesa y
con sus manos acariciaba y apretaba sus pezones. Le encantaba su cuerpo. Aunque
era yo el que empujaba, sus movimientos me hacían pensar que era ella la que me
estaba follando. Sus gritos retumbaban en todo el despacho. A ese ritmo, no
podría aguantar mucho más sin llegar a correrme. Estábamos tan cachondos que
fue ella la que finalmente no aguantó más.
—Córrete dentro. Lléname de leche
—gritó.
Sus espasmos la delataron, se había
corrido. Su vulva palpitaba como un corazón acelerado y ese bombeo hacía que yo
sintiera más presión por lo que me ponía más cachondo y ocurrió lo que tenía
que ocurrir; acabamos los dos explotando de la pasión del momento.
Por supuesto, tuvimos más encuentros de este estilo, pero eso os lo contaré en otra ocasión.
Dadle visibilidad a vuestros deseos.

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