Senderos de gloria.
Toda esta historia empezó hace un
tiempo cuando una pareja de amigos me
comentó si me apetecía ir con ellos a una ruta de senderismo, ya que
compartíamos esta afición, a lo que respondí que sí, sin pensármelo. Me
recogieron en casa a las siete de la mañana. Para los que nos gusta este hobby, la hora no tiene importancia. En
el coche, camino a la zona de senderismo, a ella la noté más desinhibida de lo
habitual, teniendo en cuenta que, a pesar de su juventud, era una persona con
valores tradicionales.
—Esta mañana, su hermanito pequeño, se ha alegrado de
verme —dijo.
—Normal, el mío también lo haría si
te viera —dije.
A lo que le siguió un silencio
incómodo por parte de su pareja y una mirada picantona por parte de ella.
Su cuerpo delgado de deportista era
bellísimo. Con unos senos y culo, respingones.
El camino en el coche se hizo corto,
ya que la zona a la que íbamos no estaba lejos de casa. Al bajarnos del coche,
ella siguió con su actitud alegre.
—¿Quieres qué te eche una mano?
—dijo acariciándome la cintura.
Comenzamos a andar y vimos que el
sol no terminaba de despuntar, ya que estaba nublado. A ninguno se nos ocurrió
mirar la previsión del tiempo para ese día. En el momento de dejar el camino,
empezamos a escuchar truenos en la lejanía, aunque seguimos con la ruta. La
caminata proseguía entre bromas y tocamientos, por parte de ella, a su marido
—impropios de su persona y del lugar—, por lo que cada vez, se notaba más el
calor que estaba sintiendo en su interior y no precisamente del ejercicio que
estábamos realizando. A mitad de la ruta, empezó a chispear
—¡Uy, qué bien me viene!, con lo
caliente que estoy, me puedo refrescar —dijo.
—¿Tan caliente estás? —pregunté.
—Imagínate, ahora tengo la ropa
mojada por fuera y por dentro —contestó.
La mirada de su pareja pudo ser
interpretada de cualquier manera menos de disconformidad. Al parecer, la
actitud de ella, le estaba poniendo caliente a él también.
La lluvia comenzó a arreciar, por lo
que tuvimos que refugiarnos entre los árboles más frondosos, momento en el que
la distancia interpersonal se redujo. Esta situación le vino genial a ella,
para realizarle, a él, ciertos tocamientos.
—Sé que eres un tío serio y
discreto. Se te nota en la mirada todo lo picantón que puedes llegar a ser. ¿Te
importa hacernos un favor y guardarnos un secreto? —preguntó mirándome
fijamente.
—Claro que sí. ¿Qué necesitas?
—dije.
—Quiero que mi pareja me eche un
polvo, aquí y ahora, y quiero que tú nos mires. Así me pondré más cachonda.
—Pero…, a ver... ¿Qué es lo que
quieres? ¿Qué solo os mire o qué participe también?
—No, solo quiero que mires, yo le
soy fiel a él —dijo.
«¿Tradicional ahora?», pensé.
—Por mí, no hay problema —respondí.
No había terminado la frase cuando
ella se abalanzó sobre la boca de él, jugando con su lengua de una forma
desesperada, al mismo tiempo, él le correspondía con el mismo juego,
agarrándole de la nuca y el pelo con fuerza, algo que parecía derretirla. Mientras
sus lenguas se hacían una, las manos de ella, no tardaron en introducirse en el
pantalón de él, agarrando a su hermano
pequeño. Lo encontró rápido. En ese momento, había cambiado de tamaño. Lo
acariciaba de la forma más lasciva posible, lo deslizaba lento y con fuerza. La
respiración de ambos comenzó a ser irregular, empezaron a alentarse, boca a
boca, ya que la pasión y los deseos más naturales y salvajes afloraban en ambos
cuerpos. Ella se agachó, poniéndose de cuclillas y abriendo sus piernas para empezar
a sentir el roce del cuerpo de su pareja en sus zonas más sensibles. Su lengua
juguetona, lamía de forma sutil, todas las partes de la jugosa polla. Ya bien
lubricada —ella no tardó en aumentarla con su saliva—, empezó a escupirla y a
lamerla, introduciéndola entera en su dulce boca. Su felación cada vez era más
intensa. Él la agarró de los pelos y tiraba de ellos con fuerza. Empezaban a
temblarle las piernas del placer que estaba sintiendo en ese momento.
Cual bestia parda, la cogió, le puso sus manos
contra un árbol y de un solo movimiento la desvistió de cintura para abajo,
algo relativamente fácil, teniendo en cuenta que no llevaba ropa interior. Le
curvó la espalda para que se notase más su trasero respingón y poder tener
mejor acceso a su chochete y poder
lamerlo desde el clítoris hasta su culo. Sus intimidades eran perfectas, como
si vieras en tu mente el chochete
perfecto; rosado, apretado, sin ningún tipo de obstáculo para que se lo
lamieran sin parar. No paraba de retorcerse, aunque sus piernas no se movían
para que esa lengua no parara de darle placer. Su pareja, ya sabía cuál era la
manera que a ella más le gustaba, jugando y no parando de lamer su perineo. La
volvía loca.
—No sabes lo cachonda que me pone
que me mires así, con esa cara de guarro y de deseo —dijo ella mirándome con
ansia.
De repente, se incorporó, tiró al
barro a su pareja y se subió encima, agarró la polla y comenzó a deslizarla
entre su labios y su clítoris, quería ponerse aún más cachonda, pero no aguantó
mucho. Enseguida, se la introdujo suavemente y los suspiros de ambos se
sincronizaron, en ese momento.
La cabalgada cada vez más salvaje,
hacía que ambos cada vez se volvieran más primarios, sus mentes dejaron de
actuar. Ya solo lo hacía su instinto más animal.
—Quiero correrme en tu polla y que
lo llenes —decía ella.
Los gritos de placer ya no eran
comedidos y la situación de éxtasis era incontrolable. Sentían el frío y la
lluvia por el cuerpo, ardían por dentro y se relamían sintiéndose observados
por mí. No pudieron aguantar mucho esta situación sin llegar al clímax.
—No pares —dijo él.
—Dámelo todo —gritó ella.
Ambos sincronizaron sus fluidos de
deseo, dándoselos mutuamente y excitándose al mismo tiempo. Acabaron su
explosión de sexo fundidos en un abrazo, cuerpo a cuerpo, sin que él saliera
aún de su interior. Mientras sus respiraciones volvían a la normalidad.
—Ha sido el mejor polvo de mi vida
—dijo ella mirándome, casi sin aliento.
Lo que siguió, os lo cuento en otro
momento.
Dadle visibilidad a vuestros deseos.

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